La agitada vida colombiana ha permitido que en los últimos años prácticamente todos los ciudadanos nos hayamos sensibilizado acerca de lo mucho que está por hacer para ser una sociedad realmente mejor en todo sentido. Tenemos un poco la tendencia a pensar que son los otros los que tienen que hacer lo que hay que hacer y no siempre nos preguntamos qué es lo que cada uno puede y debe hacer. En verdad cada persona, pero especialmente las más favorecidas, pueden tomar decisiones y acciones, que harán que otras mejoren progresivamente sus condiciones de vida. Y aunque pudiera parecer que ese efecto es menor, si se sumaran miles de voluntades empeñadas en mejorar en forma continua el bienestar de los demás, a la larga, los efectos serían extraordinarios.
Con toda seguridad, por ejemplo, son bastante las personas e instituciones que pueden mejorar los salarios de sus empleados en forma sustancial para que realmente vivan bien, tengan holgura a la hora de resolver sus necesidades y puedan ver que realmente progresan en su estado de vida. De igual manera, sigue existiendo un amplio campo para que personas, empresas e instituciones, apoyen a las personas más allá de lo simplemente legal para que den pasos de verdadero desarrollo en su existencia. A nivel puramente individual, personas con buena educación, buen patrimonio, conexiones, están en todas las posibilidades de abrirle caminos y horizontes más esperanzadores a quienes hacen parte de su diario vivir por el trabajo, por los estudios, por la vecindad, etc. Es cuestión de querer hacerlo.
En alguna ocasión Jesús le preguntó a uno que lo buscaba y que era ciego. “¿Qué quieres que haga por ti?”. Le respondió: “Que pueda ver”. Y así fue. Esta pequeña escena del Evangelio sirve para llevar siempre en la caja de herramientas una inquietud de esa naturaleza o similar. Pensar continuamente qué quiere el necesitado que se haga por él y no omitir la pregunta para que él mismo lo manifieste. A partir de la pregunta y de la respuesta se puede abrir paso una voluntad decidida de realizar entre ambos lo que sea necesario y posible para cambiar una situación de vida, de menos a más.
Quizás a nuestra sociedad le falte, aún más que dinero y recursos, el gusto por sentarse a conversar sinceramente entre personas de diferente condición para empezar a tender puentes de encuentro y de liberación de las realidades indignas de la vida humana. El Papa Francisco propone la amistad social, es decir, invita a que nos tratemos todos como amigos para resolver problemas y carencias. Sería maravilloso constatar que lo único que falta para resolver tantos y tantos problemas de nuestro país es que la gente se siente a hablar sinceramente y con realismo y que eso comience en las casas de familias, en las pequeñas oficinas, en los conjuntos residenciales, en el parque del barrio y que se vuelva una “pandemia” de justicia por todo el territorio. Puede ir acompañado de un tinto.