Es bien sabido que el lenguaje crea, transforma o desaparece realidades. Por eso, a través de la palabra o más bien en ausencia de ella, el presidente Duque ha querido hacer desaparecer a su antecesor Juan Manuel Santos. Desde que empezó su mandato, de manera intencional no ha mencionado su nombre ni una sola vez. En un ejercicio un tanto inmaduro para el jefe de un Estado, ha querido anularlo utilizando esa estrategia. Ante el más absurdo de los comportamientos llama la atención ¿Quién le habrá recomendado esa táctica al mandatario? ¿Cuál es el aporte que se le quiere dar al país con dichas formas?
En un principio se pensaba que era pura casualidad que Duque no nombrara a su antecesor en ninguna de sus intervenciones, sin embargo se hizo evidente que era intencional en el libro de la periodista Diana Calderón “Duque de frente y a fondo”. En esa larga entrevista cuando el presidente habla de su paso por la fundación Buen Gobierno, del Juan Manuel Santos, se refiere a él como el director de dicha organización. Por eso, en el intercambio epistolar entre Timochenko y Santos durante la semana, este último hace referencia a esa actitud del mandatario para evidenciar que ve muy difícil que Duque acepte sentarse a conversar en pro de la paz, pues es evidente el trabajo que ha hecho para mostrar que Santos no existe.
¿Quién le habrá dicho a Duque que haga eso? ¿Fue él quien tomó la decisión de implementar esa estrategia o fue alguno de sus asesores en comunicaciones? ¿Es Duque como un niño chiquito tratando de complacer a quien lo puso en la Casa De Nariño? Lo curioso, es que a pesar de no pronunciar su nombre, durante sus más de dos años de mandato, para justificar sus errores e ineficiencia, ha puesto el espejo retrovisor y así dar explicación a las falencias de su gobierno con los errores del pasado. Una ambivalencia constante y una falta de coherencia, puesto que si se quiere eliminar el pasado debería hacerse de manera completa, o existe o no existe.
Tristemente por eso, es que no se puede tener la esperanza de un diálogo nacional para trabajar por Colombia, para frenar la matanza de líderes sociales, el crecimiento exponencial de la inseguridad en los territorios, porque se necesita de alguien con una estatura superior para tener la nobleza de sentarse a hablar con los contrarios. Duque con ese comportamiento ha demostrado que no la tiene. Pero la historia no perdona y su mandato muy probablemente, si llega a ser recordado, lo será como una segunda patria boba y a él como un lánguido presidente que no estuvo a la altura de su tiempo ni del regalo que le dio la vida de ser líder de un país tan complejo como el nuestro.
Y no se trata, como dicen algunos, de hacer política con la paz. Se trata de que el principal paso para solucionar cualquier problema es sentarse a hablar, acercarse a quienes piensan distinto, pero para eso se necesita grandeza, grandeza que no tiene Duque y por eso, el que estará condenado a no existir en el futuro será él, porque no habrá méritos para mencionarlo y lo que no se menciona no existe y él lo sabe bien.