“Cuanto se cimienta en las creaturas cae por su propia debilidad; lo cimentado en Dios permanece eternamente”, dice sabio proverbio. “¡Vanidad de vanidades…todo es vanidad!”, dice el libro santo (Ecles.1, 2), aplicándolo a multitud de causas por las que nos fatigamos los humanos y a los mismos maravillosos aconteceres en la creación, al explorarlos con sola sabiduría humana. Se refiere el sabio rey Salomón, su autor, a la “sabiduría” grande y extensa, que, en sí misma, cuando no ha estado encauzada dentro de los planes de Dios se convierte en “abundancia de penas”. Atestigua que todos sus afanes y fatigas, con mirar solamente terreno, son solo “vanidad, y atrapar vientos sin ningún provecho” (Ecles. 2).
Al llegar al final de este año que el Señor me ha concedido, y asomarme a los albores de uno nuevo, y querer, todavía, compartir pensamientos útiles para que abunde el bien en estos nuevos días, y que perduren, he repasado el inicio de ese sapiente libro inspirado que pone de manifiesto la gran lucha interna por verdadera sabiduría de algo de que fuimos tan extraordinariamente dotados. Vine enseguida a la mente, y como contraste a lo profano lo testimoniado por el Hijo de Dios encarnado quien ocupó plenamente su existencia, en hacer la voluntad del Padre celestial (Heb. 10, 9) y “pasar por el mundo haciendo el bien” (Hech. 10,38), vida por ningún lado calificada de “vanidad de vanidades”. Su ejemplo es ayuda a exigirnos a sus seguidores a Él y su Evangelio, para salvarnos a (perder la vida), o sea nuestras terrenas apetencias, sobre lo cual preguntó: “de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma” (Mc. 8,36).
El avanzar en estas trascendentales reflexiones en las que he llegado en estos días del crepúsculo del agitado 2018, para nada me ha traído tristeza sino gran alegría al constatar que parte de mis días, ya abundantes, por bondad Dios no han sido, como dice el Salmo “fatiga inútil” (Sal. 90,10), y, a pesar de mis tantas fallas y deficiencias, con confianza en la misericordia de Dios y las cosechas recogidas en fatigosa labor, “voy cantando, trayendo las gavillas (Sal. 126,4).
Bien se ha comparado la vida con un largo viaje, y para todo viaje es lo prudente saber para donde vamos, cual sea el camino que lleve a su feliz final, qué equipaje llevar para el tiempo de recorrido, y que sea algo que permanezca en el sitio de llegada. Hacia donde nos dirigimos en la vida, qué seguridad nos da la fe que nos pone en las manos del Dios de bondades infinitas, que a través de nuestro diario vivir nos va indicando puerto feliz que es entrar a su eterna compañía de infinita felicidad. “Yo Soy el camino”, dijo el Redentor (Jn. 14,6), quien con su transparente vivir hacia la voluntad del Padre nos va señalando a cada uno cuanto hemos de realizar fructuosamente en cada momento. Como equipaje para este único viaje de gran trascendencia que estén nuestras obras realizadas con fe y amor a Dios y al prójimo.
En lo reflexionado hemos ido descubriendo “lo que permanece”, como medida de los años, y no lo que disfrutamos en existencia terrena sino por el disfrute eterno de un día sin ocaso en nuestra realización en Dios. Allá no será un año feliz sino eternidad feliz.
Obispo Emérito de Garzón
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