La pandemia ha generado también su propio lenguaje. Y en esa palabrería, ha venido teniendo especial connotación el referirse a los actos religiosos como ambientes propicios para la propagación del virus covid-19. En efecto, desde los inicios de esta crisis de salud, se ha hablado reiteradamente de los riesgos de las asambleas religiosas -misas, congregaciones-, de la noche de las velitas –vísperas de la Inmaculada Concepción-, de la novena –preparación a la celebración del nacimiento del niño Jesús-. Aunque en alguna medida es cierto que estas celebraciones, que reúnen a personas en grupos más o menos grandes, representan algún riesgo, la verdad es que son congregaciones muy ordenadas por lo general y no implican nunca los riesgos de los que se exagera tanto. Sobre todo, las misas parroquiales, en las cuales los cuidados han sido grandes y las precauciones muy cuidadosas.
Parecería un tema sin mucha importancia. Pero en realidad una insistencia, tanto de las autoridades civiles como de muchos comunicadores sociales sin mayor fundamento, pueden ir creando una especie de noción nociva de la reunión religiosa. Y no nos cabe duda de que la propagación de esta idea es del interés de algunos sectores políticos y aún de medios de comunicación, más bien esquivos a la religión y a lo espiritual.
Aunque traten de presentarlo únicamente como un tema de salud pública, es claro que desestructurar lo religioso de la sociedad colombiana también hace parte de programas y proyectos políticos. Y atacar lo religioso es mucho más fácil que ponerle orden al caos de los vendedores ambulantes -vencedores absolutos contra todo gobierno local-, a las aglomeraciones callejeras y aun de centros comerciales. En Bogotá, por ejemplo, hasta la misma burgomaestre se ha encargado de generar reuniones de muchedumbres que, por lo visto, ella piensa que por ser seguidores suyos no transmiten el covid-19.
En política siempre se necesitan chivos expiatorios y en este caso se ha querido hacer del sector religioso uno de ellos. Como tantas veces en la historia del mundo y nuestra. El sector religioso colombiano -católico, cristiano y otras denominaciones- salvo algunos casos, es en general de corte moderado y pacífico, respetuoso de la ley y más bien abierto al diálogo que otra cosa. No necesita ser tratado como infractor recurrente de la ley.
Pese a todo lo que dicen algunos desde el prejuicio y la ignorancia, desde la Iglesia católica, por hablar de la que conozco a fondo, se le ofrece a la ciudad y al país ciudadanos pacíficos, tranquilos, solidarios, amantes de la ley, amigos de los gobernantes y capaces de comprender lo que a veces se debe hacer con ocasión de crisis importantes, como la actual. Lo que talvez no acepten es que los saquen a sombrerazos de la vida social porque sí y tienen derecho a oponerse a ello. ¡Feliz Navidad a todos los lectores y que el Niño Dios los colme de bendición!