Hay varios ránquines que se refieren a los países que han manejado de mejor manera la pandemia.
Sin embargo, la Unión Europea ha construido el suyo, pensando, como es apenas natural, en que no sólo se trata de escrúpulos académicos sino de negocios.
Para ser precisos, los europeos han pasado largas horas analizando, uno a uno, todos los modelos de gestión y sus resultados, para decidir, finalmente, cuáles son los 15 principales.
De tal manera, los ciudadanos de esos, y solo esos Estados, serán los que tengan el que -para ellos- constituye el enorme privilegio de visitarlos.
Al permitirles el acceso, los europeos se erigen como prefectos del sistema internacional para determinar quiénes lo han hecho bien y quiénes no, reservándose el derecho de admisión.
Por supuesto, tras la soberana evaluación han hecho explícito que se tuvo en cuenta, y de manera rigurosa, el atemporal principio de reciprocidad en el que se han basado buena parte de las relaciones internacionales.
En tal sentido, ellos se han tomado todo el tiempo necesario para escudriñar a cada país, su comportamiento colectivo, su sistema sanitario, sus relaciones transfronterizas, el manejo político, los protocolos farmacológicos y, claro está, las cifras que demuestran si ya han superado el pico, si la desescalada ha sido administrada con sensatez y si ya están aptos para volver al paraíso.
No obstante, de lo que ellos tendrán que preocuparse ahora es de ver qué respuesta van a darles los privilegiados, los escogidos, los ungidos.
Porque, la verdad sea dicha, es de temer que no mucha gente se desborde, presa de la emoción y de la dicha, a caer en lo que, en realidad, sigue siendo una ruleta, una apuesta entre la vida y la muerte, por muy hermosas que sean las playas italianas, francesas o españolas.
Es decir, si de costas se trata, qué mejor que Punta del Este, en Uruguay, o las arenas de Australia y Argelia, cuyos ciudadanos no tendrían por qué desvivirse por ir a Benidorm, para poner solo un ejemplo.
En cambio, podrían llevarse una desagradable sorpresa si se vieran atrapados en alguno de los focos de rebrote en las regiones alemanas como Renania del Norte – Westfalia, dedicadas, entre otras cosas, a preparar embutidos.
De hecho, los visitantes que, candorosamente, aterrizaran por esos lares, se encontrarían con que están prohibidos los picnics, o los asados, en tanto que bares, museos, gimnasios, estadios, y piscinas están cerradas a cal y canto –nunca mejor dicho-.
Para no hablar de Aragón, y las otras 35 zonas españolas en las que se han dado rebrotes; o de fiestas y desmanes como aquella que, rememorando a la película ‘Proyecto X’ convocó la otra noche a dos mil desaforados, o vándalos, en Los Inválidos, de París.
En pocas palabras, a ningún uruguayo, canadiense, japonés o neozelandés le gustaría verse en medio de una refriega monumental como esa en la que nueve antidisturbios resultaron heridos, se destruyeron decenas de carros y se lanzaron proyectiles sin piedad contra las comisarías de la policía.