Llegaron las navidades y con ellas cambios en las relaciones sociales que nunca nos esperamos; llegaron los aguinaldos y los sorprendimos con nuevas formas de vida, donde no tienen cabida esas agradables y arraigadas costumbres heredadas de nuestros ancestros. Todo cambió de la noche a la mañana, iniciamos el año afincados en nuestras costumbres y lo terminamos con nuevas normas de vida y relaciones sociales, la cercanía, la familiaridad, el contacto, las costumbres… todo ese calor humano y demostraciones de afecto desaparecieron. Bastó una pandemia que puso en vilo la humanidad para romper la fraternidad en las amistades interpersonales y sociales.
No podemos cantar victoria y proclamar una fecha de caducidad del virus con la aparición de vacunas. Falta mucho tramo por recorrer y no debemos abandonar las estrategias que a lo largo de estos meses hemos desarrollado para enfrentar esta amenaza, que nos ha dejado una serie de reflexiones sobre la vida y nuestras costumbres.
Una de esas cavilaciones tiene que ver con la diferencia tan abismal que existe entre los usuarios de la tecnología; la mayoría de ciudadanos se fueron colgados a estas experiencias y terminaron identificados con sus bondades y facilidades para la comunicación, el trabajo y aun el estudio. Recibieron aquellas herramientas con fruición y entusiasmo, pero no percibió la sociedad y mucho menos las autoridades de diferente índole, que estos adelantos no llegaron a todos los ciudadanos en la misma dimensión, creando una brecha entre niveles económicos y sociales muy grande.
Lo que se vino a percibir en la estrategia educativa virtual, obligada por la pandemia fue palpable: la distancia entre el mundo rural y el mundo urbano que es vergonzosa. Un tema que nos deja pensativos de cara al futuro porque la tecnología, panacea del mañana, debe tener cubrimiento nacional, de lo contrario seguiremos distanciando estos dos mundos.
Otro razonamiento que nos pide a gritos atención y responsabilidad está dirigido a los hombres y mujeres de la salud. Este aspecto ya estaba algo diagnosticado, porque las quejas del sector se venía escuchando en diferentes estadios de la vida nacional, la falta de medios para su trabajo, la poca consideración de parte interesada por las difíciles circunstancias en que desarrollan su apostolado son evidentes, especialmente en la periferia de las grandes ciudades, donde luchan contra las amenazas a la salud sin contar con los mínimos recursos, y ahora, con la pandemia han demostrado compromiso y solidaridad con núcleos sociales de toda índole, para observar indefensos cómo sus conciudadanos violentan las recomendaciones y no observan las mínimas medidas de seguridad. Entre tanto ellos exponen su integridad personal en la batalla por salvar vidas. Vaya nuestro reconocimiento y agradecimiento para estas profesiones y ojalá la sociedad reconozca, valore y recompense estos esfuerzos.