El presidente Petro ha venido anunciando diferentes golpes de Estado a lo largo de su gobierno; unos coloridos, oscuros, graves, perturbadores… tantos y tan frecuentes que ya perdimos la cuenta. A todos esos supuestos intentos de golpe, ha respondido haciendo llamados a la movilización social.
En esta ocasión, ante una investigación sobre la financiación de su campaña, cuestionada por los escándalos de su hijo, su nuera y su hermano, las investigaciones que dieron cuenta de que los testigos electorales habían sido pagados en efectivo sin reportarlo en gastos de campaña; y la empresa de bitcoins que le cedió un avión… pretende que no se pueda siquiera cuestionarlo.
Parece, además, que trata de repetir la faena que realizó como alcalde de Bogotá. Una pésima administración, con tanto descontento que logró la recolección de firmas para someter a consideración de la ciudadanía su revocatoria del mandato. Petro no dejó. Miles de tutelas, frenos, recursos… jamás permitió que fueran los bogotanos quienes decidieran. Paralelamente se inició el proceso de destitución por el vergonzoso manejo de las basuras. Miles de millones perdidos en camiones chatarra, parecidos a los carrotanques de la Guajira. Ahí, ante el proceso jurídico, Petro Alcalde optó por la movilización social. El resultado no fue malo. Petro no permitió la revocatoria que habría sido un golpe fulminante, y la destitución se convirtió en una cátedra de injusticia en su contra que se comió todo lo demás. Ya nadie habló más de la basura en toda Bogotá, de los sobrecostos en los contratos nuevamente con los privados, pero pagando más por menos. Nadie mencionó la pérdida de los jardines infantiles en containers que no cumplían con los mínimos de salubridad para los niños, ni del fracaso del proyecto del metro (del que tanto habló), ni de las inoperables obras de movilidad; solo de cómo Petro había sido injustamente destituido, como lo corroboraba la entonces sí ágil Cidh.
La mediocridad del gobierno Petro dejó de ser un consenso; hoy las mayorías creen que su gobierno es malo. De una categoría que no veíamos hace mucho. Sus formas autoritarias, sus caprichos destructivos, la falta de capacidad técnica y los deseos de refundarlo todo, como si fuera el primer gobernante que existiera. Es como una bola de demolición y lo que toca su gobierno queda destruido: los hidrocarburos, el turismo, la construcción, la salud, el sistema tributario…
Es interesante observar que no ha traído una sola nueva idea a la discusión; solo pretende reformar todo lo que existe. Parece que olvidó su discurso, donde afirmaba que a “las oligarquías” no les importaba el pueblo, que no veían sus problemas. O bien desde la Presidencia, Petro dejó de verlos, o las oligarquías sí habían cumplido. Todos los temas que Petro pretende presentar como sus aportes ya existían desde el subsidio al adulto mayor, el pilar semicontributivo antes Beps, hasta las energías alternativas y la famosa transición energética que en su gobierno se lentificó y puso en jaque la sostenibilidad energética de Colombia.
El CNE, investigando su campaña, se ciñe a lo que el Consejo de Estado estableció de manera muy clara: su campaña puede ser investigada y sancionada; sin embargo, las consecuencias previstas en el artículo 109 de la Constitución sobre la pérdida de la investidura corresponderán solo al Congreso. Así que la discusión en torno a que el CNE investigue o no a Petro es inane, no podrá decidir de fondo. Al llegar al Congreso, la investigación iniciará de nuevo y surtirá el curso constitucional, lento, difícil, y seguramente, nada pasará. Y ese resultado tampoco le sirve al Presidente. Petro no tendrá cómo victimizarse y el país podrá verlo en todo su esplendor fracasando estruendosamente como gobernante.
Lo cierto es que este nuevo “golpe de Estado” no tuvo el eco que el Presidente pretendía. Colombia parece haber superado las constantes excusas de Petro, lo que no logre es solo por su propia incapacidad.