En Ucrania hay siete millones y medio de niños. Cada niño asesinado (en una guerra siempre las victimas más inocentes y vulnerables) por las fuerzas invasoras rusas enviadas por Putin es una interpelación directa a sus asesinos y a la comunidad internacional. Cada niño que pierda a su padre o a su madre por la ambición estúpida y desmedida de un asesino sin escrúpulos es un grito contra la conciencia de todos nosotros. Cada niño que pierda la libertad y sus derechos por la dominación rusa es una vergüenza para todos.
En Ucrania, cientos de niños enfermos de cáncer o con otras enfermedades graves hospitalizados en Járkov, en Kiev, en Odessa o en otras ciudades han tenido que ser trasladados a refugios o sótanos sin las imprescindibles medidas sanitarias, sin apenas equipos, medicinas, e, incluso, sin comida. Cada niño de estos que muera o sufra un retraso en su curación por no poder recibir la quimioterapia o las medicinas imprescindibles es una víctima más del odio desencadenado por Putin. Estos niños, que viven entre las sirenas del horror, saben que sólo sobrevivirán si alguien logra parar la guerra. Y ese no será el liberticida ruso.
En Ucrania hay casi cien mil niños tutelados por la Administración Pública que viven en residencias públicas o de ONG como Aldeas Infantiles o que tienen el apoyo de otras organizaciones como Unicef. Otros 64.000 están en familias de acogida. Muchos de ellos enfermos o con graves discapacidades. Algunas decenas, algunos centenares tal vez, han sido trasladados a las fronteras de países limítrofes, pero la inmensa mayoría viven bajo el terror de las bombas y de los soldados rusos. Cada día que la guerra se prolonga, sus necesidades básicas no están cubiertas. Si los movimientos de ese millón de personas que han abandonado el territorio ucranio han sido difíciles, las vías migratorias para movilizar a estos niños son casi imposibles. Algunos de ellos han iniciado esa huida sin compañía alguna. Otros han perdido el contacto con padres o familiares, como sucede siempre en estas tragedias. El riesgo de secuestros, violaciones o reclutamiento por parte de grupos armados es muy grande. Por cada uno de ellos debe pagar Putin un precio alto. Y en la defensa de cada uno de ellos debe volcarse la comunidad internacional.
En España hay algunos adolescentes ucranianos en centros de acogida de menores no acompañados, algunos pendientes de una orden de devolución a su país que todos esperamos que no se produzca. También ellos están sufriendo esa guerra.
Todos los ojos de estos niños, que nunca debieron ver una guerra, están mirando fijamente a Putin. Sin odio porque los niños todavía no han desarrollado esa capacidad que sí tienen sus mayores, pero sin poder entender la razón de una sinrazón tan grande. Esta es una guerra contra ellos, contra su futuro, contra su esperanza, contra sus derechos, contra su libertad.
Toda guerra es una guerra contra la infancia. Hay que acabar con ella y hay que hacer que Putin comparezca ante el Tribunal Penal Internacional y pague por el sufrimiento que está causando. Nadie que pueda hacer algo puede permanecer en silencio.