Vivir para ver y para oír. Por las vueltas que da la vida y con ella la historia, resulta que ahora nos topamos con unas personas más dogmáticas que lo más recalcitrantes fanáticos de cualquier tema y no son de carácter religioso. En Colombia estas personas la han emprendido para que la fe religiosa quede definitivamente recluida en sacristías y debajo de la ruana. Pero nada en público. Mucho menos que los gobernantes y servidores públicos dejen ver sus creencias ni por equivocación. Pretenden que ni en la calle ni en las plazas, tampoco en redes sociales, se pueda dar razón de la fe religiosa. Y lo mejor es que a quienes esto les molesta son los famosísimos que se autodenominan pluralistas y tolerantes. Y en verdad no son ni lo uno ni lo otro. Son más dogmáticos que cualquier fanático de los tiempos más oscuros de la humanidad.
Esta horda de dogmáticos de nuevo cuño avanza con inteligencia y con objetivos estratégicos muy claros. Sus acciones van desde tratar de romper toda relación, que no vínculo, entre el Estado (que representa a la sociedad) y cualquier fe religiosa, hasta hacer desaparecer toda expresión pública de carácter espiritual. Luchan porque desaparezcan los signos religiosos de la escena pública. Poco a poco van cerrando las puertas de la vida de la sociedad a los ministros de la religión, generando una especie de discriminación por el hecho de que alguien crea en Dios. Han logrado que incluso en los planes de desarrollo urbano se haya vuelto prácticamente imposible levantar edificios religiosos con mil pretextos de inconveniencia. No sería extraño que un día de estos ordenaran que los templos tuvieran al menos una fachada diferente para que nadie se sintiera presionado por esas estructuras imponentes. Estos dogmáticos tienen su cuento y lo quieren imponer a como dé lugar.
Todo parecería un tema de simples apariencias. No lo es. Este nuevo dogmatismo tiene desde luego sus dogmas y ve en la religión de la sociedad uno de sus obstáculos más formidables para imponerlos. Esos dogmas son de sobra conocidos: relativización de la vida, desmonte de la visión sagrada del matrimonio, abandono de los débiles por razones utilitaristas, marginación de la voz de las iglesias y de toda congregación espiritual, estructuración de un Estado absolutamente laical que niega la existencia del sentimiento religioso de hecho, abolición de la vida por nacer, etc. Por esto mismo los creyentes no podemos mirar sin preocupación esta embestida ininterrumpida de quienes detestan todo lo religioso porque, en el momento menos pensado, estaremos levantando estatuas a la diosa razón… y después el terror. Esta historia ya ha sucedido muchas veces y sigue sucediendo. Lo que sí deberían saber estos dogmáticos intolerantes es que esa posición siempre termina por ser derribada y más en las naciones donde la fe en Dios ha sido un baluarte de la mayor importancia. Es una batalla que no recomiendo acometer.