Desde la ventana donde se fabrican estos párrafos contemplo todos los días las enormes filas que se hacen a diario para entrar en la oficina de pasaportes del gobierno colombiano. Hasta no hace mucho esta era la única oficina pública que funcionaba bien, sin filas, con soluciones inmediatas y trato respetuoso a las personas. Ya no es así. Ahora los ciudadanos deben esperar en la calle o deben llamar a unos teléfonos donde nadie contesta o, lo peor, y ya lo oí de alguien, hay que pagar una coima para obtener la cita para obtener el bendito pasaporte. Se perratió esta vaina. Lástima grande. Pero ese no es mi tema. Me quiero referir al número creciente de personas colombianas que quiere largarse de este país.
En el último mes le he escuchado por los menos a cuatro personas jóvenes, con estudios universitarios, que quieren irse del país. En ellos y en casi todos los que se quieren ir hay un profundo sentimiento de frustración y desesperanza. Colombia no es atractiva para sus propios habitantes. Estos jóvenes tienen enormes dificultades para encontrar trabajo y si lo encuentran les pagan unos sueldos miserables que no compensan para nada lo que han tenido que hacer para llegar a hacerse profesionales. Después de meterle 50 o más millones de pesos a una carrera, por hablar de las más baratas, los empleadores les ofrecen el mínimo o un millón de pesos y si están generosos un par de millones. Como dijo alguno de estos frustrados, tal vez habría sido mejor montar un negocio en lugar de pasar cinco años sentado en un pupitre o detrás de una pantalla para salir a aguantar hambre. ¡Qué triste verdad!
Pero no es solo el tema económico. El ambiente general de Colombia es despedidor. Todo se volvió angustioso, inseguro, violento. Nada ni nadie es suficientemente respetado en ningún sentido. Por andar tratando de gobernar y decidir lo que debe suceder en Venezuela, por andar criticando día y noche el éxodo de los nacionales de allá, nuestros gobernantes, nuestros políticos y dirigentes han abandonado las grandes preocupaciones de la juventud colombiana. Y por andar mirando hacia el vecindario no se han querido dar cuenta de que se nos está yendo muchísima gente y además preparada en los más diversos campos. No deja de ser irritante que mientras esto pasa todos los días y a toda hora, el Presidente se monta en su avión con decenas de personas a contarle al mundo que parece que aquí queda el paraíso.
Lamentamos que tantos jóvenes, aunque no quieran, les toque irse del país. Para no morirse de hambre. Para poder desarrollar su vida profesional. Y, por lo mismo, para poder pensar un día responsablemente en formar familias. Y si el gobierno y la sociedad no somos capaces de ofrecer las condiciones mínimas de un desarrollo integral para los jóvenes somos unos fracasados. Ya tumbaron las estatuas, quizás pronto tumben seres de carne y hueso. ¿Por qué no?