Habiendo avanzando en luces y sombras en el Asia, en Israel, en pos de Jesucristo, nacido en ese pueblo, y de tan gran trascendencia en la historia humana, llegamos a su Crucifixión, Muerte y Resurrección, en Jerusalén. Es esta la “Ciudad Santa” de los judíos, desde el sacrificio espiritual de Abraham de su hijo Isaac, en el monte Moría (Gen. 22,1-14), hasta el sacrificio de Jesús para vencimiento del tentador Satán, (Gen.3,15), aceptado, plenamente, en su Oración del Huerto (Lc.22.41), y antes de expirar en la Cruz, cubierto con los pecados de la humanidad, que lo hacían sentir indigno de las miradas del Padre Celestial, (Mt. 27,46), pero, con infinita confianza, lo pone “todo en sus manos” (Lc.23,46).
Las siete Palabras de Jesús, desde la Cruz, son su testamento de pleno ejemplo para la humanidad, desde la súplica de perdón, por los que lo matan, perdón al criminal que lo reconoce como Redentor, con la entrega de su Madre al discípulo fiel (Jn.19,25-27), pues no tiene otros hijos que cuiden de ella, cumplimiento de la profetizada sed (Sal.69), y la lanzada del soldado, de todo lo cual fue Juan testigo (Jn.19,31-36). Cuatro Evangelistas nos han transmitido su fiel testimonio, sobre la certeza de su muerte, con el embalsamiento sucesivo y sepultura (Jn.19,38-42), y soldados que custodiarían su sepulcro (Mt. 27, 62-66).
Allí quedó Jesús, muerto y sepultado, quien repetidas veces había anunciado su Resurrección, aunque sus amigos y discípulos habrían de desesperar de ella (Lc.24, 11 a 30). Pero, al “tercer día”, sobreviene este sello de su divinidad, su propia Resurrección, por cuya verdad, dieron luego sus vidas, todos sus Once Apóstoles, Saulo, el converso del camino de Damasco, y millares de creyentes a lo largo, ya, de más de veinte siglos. Hoy (2023), hay unos 2.400.000.000 de cristianos, siendo los católicos un 55% de ellos, un 25% protestantes, un 15% de Ortodoxos Orientales, un 5% de simplemente cristianos.
Dijo Jesús, el día de su Ascensión al cielo, al alrededor de unos 500 discípulos congregados: “Vayan y hagan discípulos, …enseñándoles a guardar todo lo que Yo les he mandado. Yo estaré con Ustedes hasta el fin del mundo” (Mt.28, 19-20). Así culmina su presencia primera en el mundo, como ciudadano del pueblo judío, iniciada hacia el año 753 de la fundación de Roma. Puntualmente vino el anunciado envío del Espíritu Santo, que ocurriría por Pentecostés (Hch.2,1-4), y la difusión de su historia y doctrina. De esta presencia de Jesús en la tierra, se escriben los cuatro “Evangelios” por discípulos de Jesús, siendo primero el escrito por Marcos, unos 15 años después de su Ascensión. Culmina con el llamado al apostolado a Saulo y realización de sus grandes labores (Hch. 9 hasta 28, 30).
Quedaron, así, gran parte de los hechos y enseñanzas dejadas por quien los cristianos consideramos Maestro divino. Se escribieron los principales “Hechos de los Apóstoles”, herencia del ferviente Lucas, y vienen subsiguientes 21 Epístolas de distintos Apóstoles (13 de ellas de S. Pablo), y, el último libro de la Biblia, el protético Apocalipsis, del Apóstol Juan, escrito hacia el año 95 d.C., con llamados a vivir el mensaje de Jesús, y Anuncio de sucesos a lo largo de los siglos. (Continuará).
*Obispo Emérito de Garzón
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