¿Quién no quisiera, en el fondo, tener paz interior? ¿Quién no desea, finalmente, lograr estados de armonía? Creo no equivocarme al decir que todos, pues en esencia somos luz. No es que la luz del sol nos alumbre cada día; es algo más profundo y sutil a la vez: la luz es nuestra naturaleza, es de lo que estamos hechos. Somos energía, a la vez magnética que atrae y eléctrica que repele. Entonces, si todos estamos llamados a brillar desde nuestro interior, si cada quien puede convertirse en un faro inspirador, ¿por qué nos empeñamos en apagar nuestras propias luces y las de los demás? Por ignorancia. No es por maldad, porque la naturaleza humana sea vivir de guerra en guerra, que seamos lobos para nosotros mismos. No es por algún tipo de mezquindad constitutiva, imposible de erradicar. No, es por no conocer de lo que estamos hechos, de lo que están hechos los demás.
Un niño de cuatro años no puede resolver una ecuación diferencial, pues hasta ahora está aprendiendo. Con el tiempo, a medida que avance en sus procesos académicos, logrará resolver las ecuaciones y mucho más. Está en su naturaleza relacionar, construir, aprender, y si aún no sabe si quiera que existen las tales ecuaciones es porque le faltan varios años de desarrollo académico, no porque su inteligencia cognitiva no esté diseñada para ello. Hay en él una ignorancia natural, que se irá despejando paulatinamente para convertirse en habilidad. Lo mismo ocurre con nuestra consciencia de ser seres de luz: algunos ya lo saben y actúan en consecuencia, otros lo saben pero les falta entrenamiento sistemático y continuo para vivirlo plenamente, algunos más aún no lo saben, pero podrían llegar no solo a saberlo, sino a sentirlo y creerlo.
Mientras solo veamos nuestras propias sombras, únicamente veremos en los demás sus tinieblas, como reflejo de las propias. Mientras no seamos capaces de ir despejando esas penumbras interiores y estemos librando con ellas guerras a muerte, veremos en los demás objetivos de guerra. Mientras no reconozcamos que mi armonía no necesita ser construida a expensas de la ajena, sino que depende de nuestras propias decisiones en consciencia, la paz será un imposible. El principal lugar para construir la paz es adentro: reconciliándonos con nuestros padres y nuestra historia, nuestros errores y frustraciones; integrándonos en el cuerpo que somos, con nuestras enfermedades y accidentes; agradeciendo por cada persona que ha llegado a nuestras vidas, por lo poco o mucho compartido; reconociendo que somos luz. ¡Ah, qué difícil hacerlo! Sí, no es fácil pues somos herederos de violencias adentro y afuera. Ellas no han acabado con nuestro poder, de reconocer nuestra esencia y trabajar por ella.