El Presidente Iván Duque es un caso singular en el devenir político colombiano. Su meteórica carrera se ha visto aupada por su buena estrella y sobre todo por la protección del señor expresidente Álvaro Uribe. Se puede decir que supo estar en el momento justo en el sitio adecuado. Se ha encumbrado sin dejar enemigos ni malquerientes en el campo de batalla. Perdón, corregimos, batallas no, porque a fe sincera son muy pocos los combates que realmente ha librado.
Su vida pública ha sido relativamente muy corta, pero la ha hecho a velocidad de crucero. Se ha sabido distinguir por su don de gentes. Este es un legado recibido de su padre, también un notable y ejemplar hombre público del que heredó su nombre, su afabilidad, su bonhomía y su decencia. Este ha sido su sello desde los tiempos escolares.
También desde muy joven llamó la atención de su mentor, quien siempre lo ha apoyado en sus buenas prácticas políticas. Y a pesar de que sus temperamentos son diametralmente opuestos ya que Duque es un hombre calmado y Uribe tiene la sangre caliente, han podido congeniar en sus vidas paralelas.
Con Duque hay que revisar los consejos que antaño daba Maquiavelo para ser exitoso en la arena política. Duque siempre ha tenido un bajo perfil sobre sí y sus actuaciones pero ha tenido la habilidad de enterar a los entendidos de sus intenciones.
Hoy parece que el deporte nacional es hablar mal del presidente. No ha cumplido un año en su gestión y sus críticos lo quieren hacer parecer culpable por acción u omisión de todo lo que ocurre en el país. Lo tratan de lapidar por el fracaso del llamado posconflicto y lo quieren hacer responsable del fracaso de los acuerdos de la Habana.
Esto aparte de no ser cierto es tremendamente injusto. Lo es porque es claro que Duque no ha alcanzado la dimensión y la estatura suficientes para cargar sobre sus hombros con estas culpas. Lo cierto es que Duque no debe dejarse encandilar por los reflectores del poder y debe fijar un rumbo claro a sus empeños. Debe convencerse que si bien no debe ser prisionero en la Casa de Nariño, tampoco debe ser el trotamundos del que nos habla la prensa. Remember Turbay.
Por ahora debe concentrar sus esfuerzos y enderezar sus aspiraciones en consolidar la tan esquiva paz y ponerle especialísimo cuidado a los rebrotes de violencia, que si continúan en su peligroso espiral de ascenso puede llegar a poner en serios aprietos su gobernabilidad y la propia estabilidad de nuestro futuro.
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No deja de ser curioso que lo que nos está aconteciendo a los colombianos les puede estar sucediendo a los gringos con el gobierno del señor Donald Trump. Allá también la gobernabilidad está de vacaciones y lo está por culpa de las idioteces endémicas del inquilino del Salón Oval.
Y allá también los republicanos como aquí los uribistas, no se han preocupado por tener una agenda programática. Se han limitado simplemente a lustrar los egos de sus profetas, los señores Trump y Uribe. Entre tanto, el "establecimiento", principalmente los partidos de gobierno, se hacen los de la vista gorda y su única consigna es cumplir los deseos de sus mentores.