La vida se lee en las manos y en nuestras manos tenemos la vida: lo primero no es un mito, lo segundo no es metáfora; son realidades que posiblemente pocas veces podamos o queramos ver. En nuestras manos está reflejado todo lo que pasa en el cuerpo que somos, pues la totalidad se refleja en cada una de las partes, así como cada parte corresponde armónicamente al todo que la contiene. Esto ha sido reconocido ancestralmente por las tradiciones sagradas de sabiduría y más recientemente por las ciencias de frontera desde el paradigma holográfico, cuyos principales exponentes han sido el neurocirujano Karl Pribram, el físico David Bohm y el bioquímico-pensador Ken Wilber. Existe una unidad en la diversidad y diversidad en la unidad, desde lo cual podemos comprobar que la parte tiene acceso al todo, lo cual ha sido experimentado por maestros místicos y sabios alrededor del mundo.
Para efectos prácticos, lo que nos sucede en el sistema cardiovascular, en el digestivo o en la espina dorsal puede identificarse en nuestras manos. Ese es el fundamento de la reflexología, una técnica milenaria que permite diagnosticar y sanar todo tipo de enfermedades, sobre la cual hay amplia documentación y que -sin pretender dar cuenta detallada en estas líneas- nos plantea un mapa del organismo en nuestras manos, el cual podemos activar a través de masajes conscientes para recuperar estados de salud y bienestar.
Al acariciar nuestras manos con un propósito determinado nos podemos sanar e integrar. Esto suena absurdo desde el pensamiento positivista, pero ya sabemos que no todos los fenómenos que ocurren pueden tener una explicación desde la razón que pregonó la modernidad, sino que contamos con otras aproximaciones desde las cuales tenemos claves poderosas para comprender la existencia. Si reconocemos la totalidad que somos en una parte de nuestro cuerpo, como las manos, podemos tener una nueva relación con nosotros mismos.
Las manos también nos permiten asir la vida, agarrarla con valor y determinación. Cuando tomamos un alimento y nos nutrimos; cuando lo cocinamos, luego de haberlo seleccionado y comprado. También al recibir el dinero por nuestro trabajo y cuando nuestras manos son el instrumento para hacer una cirugía, pegar ladrillos, servir un plato o pilotear un avión. Tenemos la vida en nuestras manos. Sin embargo, en muchas ocasiones se nos escapa cuando somos presas de los automatismos que nublan la consciencia y nos alejan de la plena experiencia vital. Se nos escurre la vida de las manos cuando dejamos de construir nuevas posibilidades para relacionarnos entre nosotros, cuando nos paralizamos ante al miedo, cuando usamos nuestra fuerza para realizar acciones motivadas más por las pasiones enceguecedoras que por la energía del amor.
Hoy podemos elegir tomar la vida en nuestras manos, recuperar conscientemente el poder que ya nos ha sido dado: el del cariño y la solidaridad, el de la entrega y la cooperación, el de dar y recibir como un mismo hecho espiritual. Hoy podemos abrir nuestras manos a la vivencia del amor.