MARÍA ANDREA NIETO ROMERO | El Nuevo Siglo
Lunes, 10 de Septiembre de 2012

Guerra y odio

 

Los vientos de paz y de cambio asustan. Los que estamos a favor de una negociación para acabar con más de 50 años de guerra no somos ni cobardes ni traidores como muchos nos quieren hacer ver.

Hacer la paz es mucho más complejo que continuar con la guerra. Es además un proceso lento, lleno de dificultades que radica de manera fundamental, en la capacidad de ceder frente al delirio de un grupo armado, cuyas premisas históricas se perdieron en los años de guerra.

La apuesta por la paz vale la pena. Lo valió el Caguán, porque sin ese intento no se habrían aprendido las lecciones que hoy nos sientan con más fortaleza en una mesa de negociación.

Siempre he defendido que el presidente Andrés Pastrana fue profundamente valiente con el riesgo que corrió y que finalmente asumió. Y fue gracias a ese riesgo, que Álvaro Uribe combatió con éxito a la guerrilla, porque durante su mandato ya no cabía ninguna duda de que ese era el mejor camino. Pero no el único. Ese es el acierto del presidente Juan Manuel Santos, quien pretende cosechar de una buena vez las lecciones de los últimos doce años de guerra. Y sabe que corre riesgos, pero que es hora de volverlo a intentar.

El punto crucial es comprender que la genealogía del conflicto colombiano es muy delicada y se origina y fortalece en las experiencias negativas que cada colombiano ha sufrido desde sus primeros años de infancia por generaciones.

El origen primario de las razones que han permitido que la guerrilla durante años haya podido reclutar en sus filas a hombres, mujeres, niños y  niñas que están dispuestos a empuñar un fusil y matar a un compatriota, son las mismas que existen en los cordones de miseria en las ciudades y que alimentan el vandalismo y la inseguridad ciudadana. ¿Qué es lo que hay en los corazones de esos seres que por voluntad y por la fuerza han contribuido a la prolongación del conflicto? Comprender la respuesta a esta pregunta es la batalla que hay que ganar.

Los héroes de Colombia son los soldados de esta patria que han puesto sus vidas y sus familias que los han enterrado. Todos los que hemos llorado por las infamias de esta guerra queremos que regresen vivos. No somos ni cobardes ni traidores, sólo queremos vivir en paz.