MARÍA ANDREA NIETO ROMERO | El Nuevo Siglo
Lunes, 24 de Junio de 2013

Indulgencias

 

Hay  tiempos de tiempos en la vida. Épocas buenas y malas, momentos difíciles en donde las experiencias negativas se convierten en una oportunidad de crecimiento en virtud de lograr convertirse en una mejor versión de nosotros mismos. Sin embargo, muchas veces nos pasa que ese juez implacable que nos acompaña de forma permanente, nos adjudica la culpa de las cosas negativas que nos pasan, de las que son y no son nuestra responsabilidad, y creo que la culpa es el sentimiento que nos pone en la puerta de entrada de la sensación del fracaso.

La culpa y el fracaso, entonces, parecen ir de la mano y la única forma de romper ese círculo de emociones que más que negativas, estancan, es acelerando el proceso de crecimiento que solo es posible a través de la auto-introspección, que no es otra cosa que la acción deliberada de esculcar en los rincones de la historia de nuestra vida las verdades, las mentiras, los aciertos y defectos que dieron forma a los eventos dolorosos para nosotros y los demás. No es cuestión solo de dejar pasar el tiempo para que sanen las heridas. Es imprescindible que cuando la cicatriz se forme quede en ella grabado el trabajo emocional que nos permita crecer. Claro, no siempre se puede comprender todo, hay dudas que permanecen y hasta tristezas que persisten, pero en definitiva, la tarea de vivir cada día en plena conciencia de crecimiento hace que esos elementos incomprensibles se puedan alivianar un poco.

Al final cuando la crisis ha pasado hay que permitir que lleguen las indulgencias. Sucede entonces que ese juez se acalla y podemos comprender con claridad que lo que nos sucedió era necesario, que el fracaso era solo un pretexto para hacernos reflexionar y modificar en mucho o poco nuestros hábitos, y entonces redimir nuestros pecados.

Encontrarse de frente con esa oportunidad de sanación es emocionante, darse cuenta de que hay indulgencias grandes, pequeñas, cotidianas e inesperadas y que pueden llegar de la mano de un emisario que, sin ninguna pretensión, entrega el mensaje que el tiempo de aprendizaje ya se cerró, y que el resultado positivo de crecimiento hay que disfrutarlo. Al final las indulgencias hacen parte del camino de la felicidad, y nos recuerdan que darnos el permiso de recorrer caminos nuevos no es arriesgado cuando se tiene en el equipaje, el espacio suficiente para que lleguen los buenos tiempos.