MARÍA CLARA OSPINA | El Nuevo Siglo
Miércoles, 11 de Diciembre de 2013

Una herencia inagotable

 

La  herencia que Nelson Mandela ha dejado al mundo es inagotable: entre más se analice su vida, entre más se detallen sus actuaciones y palabras, más aprenderemos de ellas.

Su infinita capacidad de perdón, de lucha por los derechos de su pueblo, y su insistencia por lograr sus objetivos de una manera pacífica, lejana a la lucha sangrienta practicada por tantos, lo harán modelo para la presente y futuras generaciones.

Mandela, al igual que Gandhi, de quien el surafricano derivó muchas enseñanzas,  será siempre referente de todos aquellos que quieran obtener un objetivo político sin derramar sangre. La resistencia pragmática y tozuda, de Mandela y Gandhi, combinada con una inmensa capacidad de conciliación, deberán servir de constante ejemplo. ¡Y qué ejemplo!

La sencillez de Mandela fue deslumbrante y su rechazo a aferrarse al poder, aún más. A este hombre no lo corrompió su éxito, al contrario, yo diría, lo volvió más humilde.

Aunque en algún momento de su vida abrazó la lucha armada, siempre insistió en que esta fuera, no contra los hombres, sino contra la infraestructura del gobierno represor de su raza, sin causar muertos o heridos.

Qué lejos está la actitud de Mandela de aquella que caracteriza a la mayoría de grupos terroristas del mundo, como son las Farc, o la Eta, quienes, en nombre de una idea o de alguna doctrina extremista, han dejado a sus países manchados de sangre, odio y destrucción. Y quienes ahora pretenden quedar impunes de sus crímenes, invocando los derechos humanos, jamás respetados por ellos. Comparar a los asesinos que controlan estas organizaciones con Mandela es una ofensa; peor aún, es un crimen contra su memoria.

Pocas personas han causado más duelo por su muerte que el líder sudafricano; pocas personas han obtenido para su raza y su país mayor reconocimiento y beneficio; pocos han enseñado más al mundo el valor del perdón, la constancia, y el respeto por los seres humanos de todas las condiciones y todas las razas. A pocos se ha amado más.

Hoy vemos un mundo conmovido por su muerte, hombres y mujeres de todas las razas, ancianos y jóvenes, gentes sencillas, aun analfabetas, al igual que líderes políticos, culturales y religiosos del mundo, reconocen su valor y con tristeza lo despiden. No pocos, no solo en su amada tierra, sino en todo el orbe lo llaman Tata, ¡Padre!

Nelson Mandela deja una Sudáfrica nueva, quizá muy joven para quedar huérfana, quizá, aún muy inestable y muy cercana a divisiones tribales y a esa corrupción que ronda el continente africano y contra la cual él luchó duramente. También hay el peligro, siempre presente y muy entendible, de que las heridas de esas décadas de brutal represión de blancos contra negros afloren y causen, como en otros países africanos, horrendas y sangrientas venganzas. El odio racial, desgraciadamente, no muere.

Mucho se ha escrito y se escribirá sobre Mandela. Ojala, jamás se deje de analizar su inagotable herencia. Yo no podía dejar de rendirle con esta columna un homenaje, aunque pequeñísimo. “Tata” Mandela fue ante todo ¡un hombre bueno!