María Clara Ospina | El Nuevo Siglo
Miércoles, 9 de Septiembre de 2015

HILANDO FINO

La tragedia de los niños

Los   cuerpos de Aylan y Galip Kurdi, los hermanitos  de 2 y 4 años, regresaron desde Turquía a ser enterrados en Siria, su patria. También, su madre murió ahogada, igual que ellos, quizá tratando de salvarlos, nadie sabe, pues el bote naufragó en la noche en medio de una atroz confusión.

Solo su padre sobrevivió a la aventura que iniciaron con la idea de migrar a un país donde pudiera encontrar trabajo y oportunidades, donde su familia pudiera vivir en paz, lejos de la guerra, la destrucción y el hambre.

La imagen del cuerpito de Aylan devuelto por el mar, en una playa de Turquía, nos hirió en el centro del alma. Es la imagen del peligro mortal que corren los niños cuyos padres se embarcan en la desesperada odisea de migrar, o son deportados, o están desplazados por alguna guerra, religiosa, o política.

¿Qué culpa tienen estos niños de lo que pasa en sus pueblos? ¡Ninguna! Sin embargo, son los que más sufren. La crisis migratoria que estamos viendo no solo ocurre en Europa, sino en otros lugares del mundo.

Cientos de niños de Honduras, Nicaragua, El Salvador, México y Guatemala son enviados por sus padres a atravesar solos la frontera con Estados Unidos. Muchos desaparecen en el trayecto, otros mueren o aparecen, años después, lisiados. Algunos son capturados por las autoridades estadounidenses y se encuentran  esperando ser deportados. Los afortunados son acogidos por familiares o amigos de la familia, que ya están instalados en EE.UU., pero su destino es bastante incierto.

Las posibilidades de que la hazaña en que sus padres los han metido sea exitosa, son prácticamente nulas. El trauma causado a estos niños, el miedo, maltrato y abandono, se quedará con ellos para siempre. Sin embargo, es tal la desesperación de sus progenitores por la situación de miseria que viven en sus países y la amenaza del posible reclutamiento forzado de sus hijos por las pandillas, que creen que enviarlos, a la buena de Dios, es mejor que mantenerlos a su lado.

En la frontera colombo-venezolana se repite el drama. Miles de niños han tenido que salir huyendo hacia Colombia de los buldóceres ordenados por Nicolás Maduro para  destruir sus casas, otros han sido separados de sus familias, pues el padre o la madre son considerados inmigrantes ilegales y han sido deportados, sin juicio de ninguna clase.

Los campos de refugiados del mundo están repletos de niños hambrientos,  abandonados, huérfanos, desplazados por uno u otro motivo de sus hogares, sus pueblos, su patria. Hoy son millones los que viven en la tierra de nadie, en carpas, o viviendas de cartón y pedazos de madera. Sin servicios de salud, ni sanidad básica, sin escuelas, con la mínima alimentación proporcionada por las organizaciones mundiales, que ya están saturadas.

Hoy hay en el mundo más de 50 millones de desplazados. ¡Muchos más que al final de la II Guerra Mundial!  Solo la guerra en Siria ha obligado a 2,8 millones a migrar o a refugiarse en campos de desplazados. La tragedia de los niños migrantes, desterrados, indocumentados y desplazados es vergonzosa; a todos nos concierne. Obliguemos a nuestros líderes a discutir y encontrar soluciones humanitarias inmediatas.