MARÍA CLARA OSPINA | El Nuevo Siglo
Jueves, 9 de Febrero de 2012

Hoy como hace 100 años

Cuánta tinta, cuánta vida, cuántas ideas han pasado por El Colombiano durante sus 100 años de existencia, los cuales acaba de cumplir. Amo a ese diario por su integridad, vitalidad y valentía, cuando es requerida, y porque lo siento familia.

Uno de los hombres que hizo de él un importante periódico en Colombia, a base de trabajo y sacrificios, fue Julio Hernández, hermano de mi madre.
Cuando niña, visitar a la familia en Medellín era una aventura. Criada en Bogotá, me deleitaba con el acento de mis tíos y primos, idéntico al de mis padres, y con la familiaridad de todo el mundo, algo completamente desconocido en la capital, siempre tan formal y fría.
Recuerdo a Julio, su elegancia, humor y sencillez, y la bondad de Gabriela, su señora. Recuerdo el bello retrato de ella que decoraba la sala de su casa, vestida de novia, con su pelo recogido en una delicada moña a nivel de su cuello. Pero sobre todo, recuerdo la tenacidad de mi tío para convertir este periódico en un baluarte de la democracia y el deber ciudadano.
Eran los años 50 y Medellín era un jardín; la Avenida de la Playa, un paseo elegante y tranquilo, donde mi madre me mostraba la casona donde había nacido, y el Astor ¡la mejor bizcochería del mundo!
Al igual que hoy, la ciudad se despertaba con las noticias que traía El Colombiano, el cual, ya en los 50, se había convertido en una necesidad cotidiana para mantenerse bien informado. A la casa del tío llegaba muy temprano y era detenidamente analizado, aunque ya fuera perfectamente conocido desde la noche anterior.
Julio y Gabriela, como muchos antioqueños que comenzaron sus vidas con el siglo XX, pertenecieron a una generación de luchadores que querían hacer patria, caracterizada por el amor a su tierra, a sus gentes. Imaginaron una Antioquia grande y la lograron a punta de ideas y trabajo.
De esa Antioquia pastoral y ese Medellín bucólico de gentes sencillas y reposadas, calles descongestionadas, parques y avenidas limpias y amables, contratos en que bastaba un apretón de mano, aquel amoroso rosario vespertino y ese cordial reconocimiento de todos los vecinos, han quedado los recuerdos, algunas fotos sepias, algo mohosas, poemas y canciones y la memoria periodística de El Colombiano, registro fiel de cada día, quizá cada segundo del alma de Antioquia, de sus pueblos y de su pujante, altiva y amada Medellín.
Julio Hernández Fernández y Fernando Gómez Martínez compraron El Colombiano en los años 30, en plena crisis económica mundial. El periódico, fundado en 1912 por Francisco de Paula Pérez, estaba medio quebrado. Muchos pensaron que los jóvenes perderían su inversión.
La inversión no se perdió y hoy el periódico continúa su labor de la mano segura de su directora Ana Mercedes Gómez y la de gerencia de Luis Miguel de Bedout Hernández. Su familia periodística está conformada por muchos veteranos y mucha gente joven. Antioqueños raizales, enamorados de su patria chica, dispuestos, igual que hace 100 años, a jugársela toda por Colombia, Antioquia, Medellín y El Colombiano.