María Clara Ospina | El Nuevo Siglo
Miércoles, 13 de Enero de 2016

HILANDO FINO

Las lágrimas de Obama

“Liderazgo no permite debilidad”

 

Entiendo completamente las lágrimas de Barack Obama al recordar a los 20 niños abaleados en la escuela Sandy Hook, en Connecticut, en diciembre del 2012. A quién no se le rompe el corazón recordando semejante tragedia tan absurda. Que un joven de 20 años entre a un colegio y dispare contra niños de 6 y 7 años, es absurdo y catastrófico.

 

Sin embargo, me parece que en un presidente, más aun el de la nación más poderosa del mundo, las lágrimas no son la mejor manera de mostrar sus sentimientos y, mucho menos, de lograr un mayor y mejor control sobre  la venta de  armas, ni de absolutamente nada de lo que se propone su gobierno.

 

Un líder lloroso, no importa si es hombre o mujer, se percibe como débil, demasiado emotivo, quizá abrumado por el duro trabajo que significa gobernar. ¿Va a llorar Obama por todos los soldados muertos en batalla, las mujeres asesinadas por un familiar, por los miles de niños desaparecidos o maltratados, por los que pierden a diario sus vidas en una catástrofe natural?

 

No en vano, tantos gobernantes mundiales parecen considerar a Obama como un presidente débil. Prueba de esto es la descarada actitud del líder norcoreano, Kim Jong-un, que acaba de efectuar otra prueba nuclear sin importarle las objeciones del estadounidense. O las permanentes bravuconadas de Vladimir Putin, en Crimea y Siria, o el nuevo éxodo de cubanos hacia Miami, después de Obama haber firmado el deshielo de las relaciones con la isla, el cual, muchos dicen, es promovido por los mismos dictadores cubanos.

 

Bien saben estos líderes con quien se meten. Bien saben hasta qué punto pueden llegar con alguien que suponen quizá demasiado sensible o un poco débil.

 

No creo que veamos a Merkel, Cameron, Hollande, Putin, Netanyahu, Xin Jinping, o alguno de los líderes del Medio Oriente o Latino América llorando ante el Senado o el público, por algún motivo. Mucho menos veremos derramar lágrimas a dictadores como los hermanos Castro  o a dirigentes al borde de la derrota, como Maduro o la brasilera Dilma Rousseff. Ni hablar de llantos de los  terroristas de ISIS u otros semejantes. Las lágrimas, si las hay, se derraman en privado.

 

Más logrará Obama en todos los frentes mostrándose como un  líder fuerte, capaz de controlar sus emociones e imponer sus ideas. Más obtendrá en el Senado si, envés de llorar, convence, a las buenas o a las malas, a los líderes republicanos para que aprueben una reforma a la compra y tenencia de armas en los Estados Unidos. Una inaplazable reforma, más dura que la que propuesta por él.

 

La falta de agallas y conocimiento político es aparente en un presidente incapaz de transformar en votos, en el Senado, el pensamiento abrumador de su pueblo en contra del porte indiscriminado de armas de fuego.

 

Lo mismo ocurre con sus políticas internacionales. No tienen garra. Obama lidera tímidamente, entregan posiciones a cambio de poco o nada. Nadie teme sus represalias. Esto, desde el punto de vista político, es desastroso. El liderazgo no permite debilidad,  porque los “malos” la identifican y aprovechan.  

 

Cuando esta columna se publique Obama ya habrá presentado su discurso anual al Congreso. Ojalá se haya destacado por su determinación y no por sus lágrimas.