En septiembre de 2007 mi esposa me acompañó a Guasca (Cundinamarca) a cumplir compromisos como presidente de la junta directiva de la Granjas Infantiles del Padre Luna. Ella desapareció por un buen rato mientras se agotaba la agenda y de pronto apareció con una cachorrita labrador retriever dorada de escasos dos meses en sus brazos diciéndome ¡nos la regalaron! Quedé pasmado, en mi vida solo había tenido un perro, se llamaba Míster y lo compartía con mis hermanos. Ahora tendría uno bajo mi cuidado y protección, no quedó más remedio que hacer curso rápido de padre.
Pasaron unos minutos cuando de repente mi señora me dice de la nada ¡nos tenemos que ir! ¡vámonos, ahora te explico! Tomamos la flota, la perrita no hacía más que sollozar, pero pasaba algo curioso: la tomaba en mis brazos y se tranquilizaba. Cuando llegamos a la casa era claro que ella había tomado una decisión ¡yo sería su humano de compañía! Con el terreno abonado, mi señora exclamó ¡me robé la perrita! Mientras trabajabas, me dijo, el rector del colegio me llevó a una finca vecina a ver una camada, la escogí porque era la sute, pero me dijeron que debía ser otra porque esa la tenían comprometida. ¡En un descuido salí corriendo con ella y aquí estamos!
Sabiendo que compartiríamos el resto de nuestras vidas la llamamos Mariana, en honor a Marianita Miranda, una señora que durante mi paso como estudiante en las Granjas de Albán había sido mi gran protectora. Lejos estaba de imaginar lo significativa que sería su presencia en nuestras vidas, especialmente en la mía. En honor a la verdad debo confesar que me devolvió la fe perdida en parte de la humanidad, lenta e imperceptiblemente me fue transportando a la alegría súbita, al disfrute de las pequeñas cosas y al mundo de la ansiedad del reencuentro.
Interminables los días a su lado, tardes enteras de caminatas y juegos, me enseñó a echar raíces, a tener fortaleza para afrontar mis miedos, a superar diferencias…en fin, le trajo esperanza a mi vida. Mariana nos unió como familia, estuvo a nuestro lado en las buenas y en las malas, su presencia mediaba cualquier diferencia, era la matrona de la casa, nos ayudó a criar los más de cuarenta perros que hemos tenido. No exagero si digo que Mariana me enseñó a ver la vida con humanidad, dirán algunos que me ablandó el corazón, yo digo que me lo sanó. Ella sembró en mi ese deseo de promover y defender los derechos de los animales. Marcó mi futuro.
Luego de 14 años a nuestro lado, Mariana partió al mundo inmortal, sorpresiva fue su llegada y sorpresiva su partida, un cáncer de hígado nos llevó a la amorosa pero dura decisión de ayudarle a morir dignamente. Mil gracias a Alejandro, Mauricio y Sebastián, veterinarios de Kanikat, que vieron por su salud y me permitieron acompañarla hasta el último de sus suspiros. Gracias María C por ese amoroso robo, nos cambió la vida.
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