MAURICIO BOTERO MONTOYA | El Nuevo Siglo
Lunes, 12 de Septiembre de 2011

El cisne negro
 

“Todos o casi todos damos por averiguado que era previsible”


ESTA  obra, que hace furor en Wall Street entre los operadores bursátiles y los financistas, suena a novela romántica, pero trata de probabilidades. El impacto de lo altamente improbable. ¿Qué es un cisne negro?
Un suceso improbable como la caída de las dos torres el 11 de septiembre de 2001. Se caracteriza ese cisne porque, una vez que se presenta, todos o casi todos damos por averiguado que era previsible. Y erigimos mil explicaciones como sabios después de los hechos. Nassim Taleb, su autor, es profesor de Ciencias de la Incertidumbre en la Universidad de Massachussets en Amherst, pero además es una persona que piensa. Y eso no es usual. Pensar es un verbo ambicioso. Él sostiene que cisnes negros positivos, como la invención de Internet, el éxito de empresas como Google y YouTube, no son previsibles. Juega el azar. Un grupo de probabilidades aleatorias, pero ese azar es tomado por algo inevitable cuando ya se ha decantado.


Taleb sostiene que el cerebro humano es predictivo, lo que le ha sido útil para sobrevivir en las fases primitivas. Pero que para la complejidad actual, la previsión no sólo falla, sino que lo deja inerme ante el ataque de los hechos desconocidos que deciden la historia. Plantea el dilema de la inducción. Ante una causa determinada suponemos la misma consecuencia. Tal como lo haría un pavo que recibe durante 999 días alimento, agua y albergue del amo. Pero el día mil lo matan para una Navidad. Ese sistema inductivo, por lo demás lógico y científico, no lo salvó de la cena familiar. Somos ese pavo. Afirma que la historia avanza a saltos, ninguno de esos saltos es predecible, pero nuestra mente cree que la historia es una pequeña progresión incremental. Y además nos centramos en los hechos, en los resultados, en qué pasó. Poco o nada en lo que pudo pasar. Admiramos más al que inicia una guerra que a quien la evita. Podría añadirse que no sólo somos superficiales, sino injustos. Las estatuas celebran a generales que han contribuido mucho a la exterminación de sus propios congéneres. Pero el esfuerzo callado, cotidiano, común, es olvidado.


Taleb anota que nuestros ancestros pasaron más de cien millones de años como mamíferos no pensantes. Al parecer muchos prolongan con entusiasmo esa venerable tradición. Sostiene que es imposible predecir el próximo cisne negro. Bueno o malo. Pero que vendrá. Nos tomará por sorpresa. Y al día siguiente todos, o casi todos, estaremos pontificando por qué resultaba tan previsible. Él llama a esa actitud la arrogancia epistémica. Propone que cada vez que una empresa o gobierno proyecte algo, lo contrastemos con lo que luego ocurrió. Rara vez coincide. Y si en el ínterin se ha presentado un cisne negro, las previsiones aparecen en toda su ridiculez.


Retoma la tesis de Popper contra Hegel y Marx, en el sentido de que al no poder prever los descubrimientos técnicos no podemos predecir la historia. Marx y Hegel son anteriores al uso de la electricidad. Y esto recuerda la predicción de un científico que hacia 1850 calculó que en el siglo XX Nueva York quedaría cubierta por metro y medio de estiércol de caballo. No pudo prever la invención del automóvil.