Por décadas nos han dicho que las guerrillas colombianas son invencibles; que en un terreno agreste y selvático como el nuestro no hay manera de combatirlas. Mejor dicho, que nos debemos resignar al triunfo de la revolución, a la instauración de un Estado totalitario comunista a las malas, si no es que lo cedemos por las buenas -como en Venezuela-, entregando la democracia en las urnas, devenidas en tristes ataúdes de cartón.
Pero el Ejército de la Seguridad Democrática demostró que sí se podía, que sí se puede, que sí se debe. Eso sí, contando, como todos los Ejércitos del mundo, con un arma estratégica y letal como es la superioridad aérea, la muerte que llega del cielo. Gracias a ello, las Farc dejaron de dormir a pierna suelta cuando aparecieron el Arpía, un Black Hawk artillado con tecnología criolla; el avión fantasma, que no es más que un vetusto DC-3 repotenciado y armado hasta los dientes; los viejos Kfir -que hacen cagar del susto a ‘Timochenko’-, con sus equipos de detección de calor que pueden ubicar campamentos en la selva; y los sigilosos y versátiles Tucanos y Super Tucanos, que pueden pasar varias horas bombardeando y ametrallando sobre una misma área.
De ahí, las Farc trataron de neutralizar esa ventaja militar con varias argucias, casi todas fracasadas. Lo intentaron instalando campamentos más allá de las fronteras, de cuyo desacierto puede dar fe ‘Raulito Reyes’. Lo intentaron también resguardándose bajo tierra en estructuras de concreto, de cuyo revés se le puede preguntar al ‘Mono Jojoy’. Igualmente, han tratado de armarse con misiles tierra-aire para repeler la capacidad aérea del Estado, de lo que hasta hoy solo ha habido especulaciones y rumores.
Ahora las Farc y sus amiguetes parecen haber encontrado una artimaña más simple y, al parecer, más eficaz, como es la de reclutar menores para impedir los bombardeos. Ya en noviembre de 2019, se había hecho un escándalo farisaico por la muerte de menores de edad en el bombardeo a un campamento de las Farc. “Un escándalo para neutralizar la superioridad aérea” (2019/11/12), como lo juzgamos en ese entonces. Hoy se repite el escándalo por la muerte de una menor de 16 años que hacía parte de los terroristas que estaban en el campamento de ‘Gentil Duarte’ al momento del bombardeo.
El Centro Nacional de Memoria Histórica habla de 16.879 menores de edad reclutados entre 1960 y 2016 por parte de todos los actores del tal “conflicto armado colombiano”, siendo las Farc las que más han reclutado. Y, a pesar de que el Derecho Internacional Humanitario es muy claro, salen los idiotas útiles del terrorismo a argumentar que los niños son personas protegidas que no se pueden bombardear. Por una parte, el DIH prohíbe reclutar a menores de edad, y existe el consenso de que quien los recluta es responsable de su suerte.
Pero, más allá de tecnicismos, lo que sorprende es la hipocresía de los que se oponen a los bombardeos porque a ninguno de estos les ha importado un comino el reclutamiento forzado de menores por parte de las guerrillas, que realmente son secuestros. Y, para más señas, les ha importado un rábano que cientos de estos niños y niñas hayan sido víctimas de abuso sexual durante años, que hayan sido instrumentalizados para la guerra y convertidos en “máquinas de matar”, como acertadamente lo dijo el Ministro de Defensa, y que cientos o miles hayan sido fusilados por cualquier capricho de los comandantes. Y a estos cínicos lo que menos les importa, por supuesto, son los miles de menores que han caído en combate por tratarse de “carne de cañón”, que es para lo que fueron reclutados.
Es triste la muerte de estos menores, pero su presencia no puede frenar la acción necesaria del Estado. Además, ¿dónde queda la responsabilidad de toda la sociedad?