Yo fui su contrincante. Y él fue mi competencia. Por eso sé que tengo autoridad moral para decir lo que voy a escribir.
En el proceso de construcción de esta campaña por la Alcaldía de Bogotá, tuvimos la fase de precandidaturas y candidaturas. Antes del 27 de julio alcanzamos a ser como nueve candidatos a quienes medios de comunicación y universidades abrieron las puertas para que se compartieran las visiones de ciudad en debates en los que miles de ciudadanos nos escucharon. En esa etapa la única que no participó fue Claudia López (y ni siquiera con esa ventaja en tiempo y “desgaste” pudo aprenderse el valor del pasaje de Transmilenio).
En los debates había dos personas que desde mi perspectiva sobresalían. Lucho Garzón y Miguel Uribe Turbay. El exalcalde Lucho, obvio, se conoce la ciudad, ha sido funcionario público y por eso entiende los vericuetos de la gerencia. Por otra parte, estaba Miguel que además de tener conocimiento pleno de la ciudad, de haber gerenciado equipos de trabajo y liderado procesos de contratación pública, era el más joven de todos. Yo que me precio de ser una mujer inteligente, preparada y con experiencia en la administración pública, reconocía en Miguel a una verdadera competencia. Para mí era claro que su experiencia no condicionaba su futuro como Alcalde, pero sí le daba una ventaja enorme. Tiene visión propia y algo de lo que adolecían el resto de los contenedores: ganas y fuerza.
Para hacer política hay que tener empatía y criterio propio para poder entender lo que miles de personas tienen en sus cabezas y quieren para la ciudad y moverlas hacia la construcción de una visión colectiva. Esa capacidad la tiene Miguel, que es de una sola pieza y no baila al vaivén de las tendencias de Twitter.
Pero además es garantía de no retroceder. Ni Claudia ni Carlos Fernando han administrado un garaje en sus vidas. Y eso en términos de administración pública es fundamental. Cualquiera de estas dos personas llegaría a aprender, y Bogotá no puede ser la escuela de nadie. Acá vivimos siete millones de almas atascadas en los trancones e infartadas por la contaminación y la inseguridad. Por eso Miguel es garantía de culminar las más de 2.500 obras iniciadas y trazar con certeza el futuro de los próximos 30 años.
En muchos debates, sentados en la misma tarima, al observarlo pensaba en silencio que si no fuera por mí, votaría por él. Este proceso de campaña no ha sido fácil. Pero yo que he salido a recorrer cada esquina de esta ciudad con la ilusión de construir un mejor futuro, quiero que Miguel sea el próximo alcalde de Bogotá. Y por eso, voy a votar por él.