La vida es extraordinaria, cada momento, cada día. La cotidianidad trae, entre tantas cosas, grandes dosis de anestesia que nos impiden ver la espectacularidad de cada evento. Lo sublime espera a ser visto.
Parte de lo que a veces no vemos, o si la vemos no la creemos, es nuestra capacidad co-creadora de la realidad. Estamos llamados a construir nuestras vidas, a no ser convidados de piedra a la danza de la vida, sino a ser los bailarines estrella, los protagonistas de la existencia. Esas palabras, estrella, protagonista, no están reservadas solamente para quienes con sus artes nos conectan espléndidamente con la belleza de la vida, con la crítica social y política, con múltiples miradas de la realidad que son posibles desde las letras, los escenarios, los performances o las redes sociales. Las atractivas alfombras rojas están destinadas para cada ser humano, siempre y cuando decida reconocer su unicidad: todos somos especiales; sin embargo, no todas las personas están dispuestas a asumirlo, pues implica salir de las zonas de comodidad, esas abollonadas poltronas emocionales -en verdad tronos de impotencia y renuncia- en las que nos instalamos a esperar que algo externo ocurra, maniobrado por Dios o por quien sea.
Cuando nos conectamos con el poder inherente que nos acompaña desde nuestra encarnación, podemos ser co-creadores de milagros. Se necesita un ejercicio consciente de conexión con nosotros mismos, que no es cosa diferente a conectarnos con la Divinidad interior. Ese sabio dicho popular, Dios dice: ayúdate que yo te ayudaré, es exactamente un llamado a activar esa potencialidad de co-creación, a convertirla en acto. Darnos cuenta de ese poder es entrar en un estado de gracia en el que se manifiesta lo que necesitamos. ¡Ojo! No necesariamente lo que queremos… el deseo, uno de los tres venenos de los que nos habla el Budismo, puede resultar un tirano que nos encadena a asuntos que no son esenciales, a alejarnos del centro y mantenernos en la periferia. Por supuesto, no está prohibido desear; la clave es que ese deseo esté alineado con nuestra misión vital, con la fuerza que le da sentido a nuestras existencias. Entonces, cuando oramos pidiendo milagros es preciso dejar de amarrar el milagro a nuestros deseos. La Divinidad sabe exactamente qué necesitamos, la Luz es sabia.
Es muy fácil orar para que se haga en nosotros la voluntad de Dios, cruzando los dedos para que su voluntad coincida con la nuestra. Cuando trabajamos hacia un propósito bello, bondadoso y verdadero podemos pedir la guía y la manifestación divinas. Y los milagros ocurren. ¡Suceden todo el tiempo! Con gran seguridad puedo decirle que usted ha experimentado milagros más de una vez en su existencia: cuando se aprobó un proyecto que se creía perdido, cuando alcanzó a llegar en el momento justo en que estaban cerrando la puerta del avión, o cuando lo dejó, pues no correspondía que usted viajara allí, pues se encontró en el aeropuerto con el amor de su vida… Cuando estamos alineados con el amor universal, los milagros se hacen más evidentes, frecuentes y poderosos. Reconocer la Divinidad en nosotros, y activarla, lo hace posible. En usted, en mí, en todos.