Monseñor Libardo Ramírez Gómez* | El Nuevo Siglo
Domingo, 14 de Diciembre de 2014

Gran sentido de la Navidad

 

¿QUÉ  celebramos? ¿Por qué todo ese despliegue de luces de música y de distintos festejos? ¿Por qué estamos en el año 2014? Son preguntas que en algún momento nos hemos hecho al llegar la Navidad.

Algo central para los humanos ha sido la manera  de medir el tiempo y señalar épocas para no perderse en un monótono recurrir de días. Para ese ordenamiento los distintos pueblos han ideado sus sistemas, destacándose como muy especial el encontrado en los Aztecas con su ciclo “Tonalamatl” de 260 días divididos en 13 veintenas. Pero, con influencia planetaria, tenemos con milenaria acogida el “Calendario Romano”, que se establece con base en la fundación de Roma año 754 a. C., con decisión del propio Rómulo.

Centrándonos en esta última medición del tiempo, al lado de la cual han sido importantes la de “israelitas” y la de “musulmanes; tenemos que aquello, que siguiendo el curso del Sol y de la Luna formaron 10 meses de 30 días, con modificación el 708 a.C. por la “reforma juliana”, en la que se agregaron dos meses y se introdujo un día cada 4 años para que estuviera más acorde con el curso del Sol. Esa atención a lo marcado por los astros vino a ser matizada por la celebración de festividades colocadas el 1, el 5 y el 13 del mes, y que toman el nombre de ”Calendas”, “Nonas” e “Idus”, con sus propios festejos. Por esas científicas determinaciones y hechos festivos, viene a estar determinado el año, marcado para su conteo por la fundación de Roma, y luego, a partir del nacimiento de Jesucristo.

Aquellos dos hechos son de un tan especial significado, el surgimiento de Roma, que marcó más de un milenio (754 a.C. 334 d. C), y el nacimiento en una pesebrera de Jesucristo, en la olvidada población de Belén, que fuera cuna del máximo Rey del Pueblo de Israel. Ese niño nacido en Belén, crecería y ejercería de discreto carpintero en Nazaret, lanzaría, luego su Mensaje, a nombre de su Padre Dios, sería rechazado por los suyos, sería condenado a muerte de cruz, pero resucitaría y enviaría a sus discípulos a llevar sus enseñanzas a todo el mundo (Mt. 28,19). Esta misión toma fuerza con la venida del Espíritu Santo (Hech. Cap.2), y se difunde en épocas de fuertes persecuciones, y, también, de acogida en la ciencia, en la cultura, en la organización de pueblos y naciones, con historial de más de dos milenios, con promesa cumplida del propio Jesús de su asistencia celeste “hasta el fin de los siglos” (Mt. 28-20).

He allí respuestas a las preguntas iniciales, que indican el sentido que debieran tener las celebraciones de Navidad, como conmemoración del nacimiento de ese Niño que surgiría de la familia de Jesé, padre del Rey David, quien sería reconocido por el anciano Simeón, desde que era llevado en brazos de su madre, que sería “puesto para caída y elevación de muchos” (Lc. 2,34), y quien, con las huellas de cruel flagelación y coronado de espina, diría su verdad ante Pilatos, y ante quienes  vociferaban pidiendo su muerte: “Sí, como dices, soy rey, y para esto he nacido, y para esto he venido al mundo” (Jn. 18,37).

Porsiglos ha tenido la Iglesia, fundada por ese Jesús de Belén y de Nazaret, el cultivo de esa memoria del Niño del pesebre, e invita a que ante ese despliegue de celebraciones de todo el orbe, al finalizar un año, no se olvide el fundamento de todo que es El que “ha venido para que tengamos vida, y la tengamos en abundancia” (Jn. 10,10). Que esos despliegues, aun  en países no cristianos, tengan frutos de valor eterno, y no quede todo en superficialidades, sino que lo honremos a Él, escuchemos su palabra, tengamos nuestro vivir unido a Él que nos da su luz y  apoyo. Recordar  que dijo de sí mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn. 14,6). En ese ambiente, sí tendremos, de verdad “Feliz Navidad”.

monlibardoramirez@hotmail.com

*Presidente del Tribunal Ecco. Nal.