MONSEÑOR LIBARDO RAMÍREZ GÓMEZ* | El Nuevo Siglo
Domingo, 30 de Junio de 2013

En Vos confío

 

“Yo  sé bien en quién tengo puesta mi fe”, escribía un hombre que tuvo que afrontar duras tempestades y grandes dificultades, Saulo de Tarso (II Tim. 1,12). Qué confortante es tener esa seguridad puesta en alguien o en algo para salir adelante en medio de circunstancias que hacen perder la esperanza. Es eso lo que ha salido de mente y corazón de los colombianos ante el Corazón del Divino Salvador, cuando sin titubeos le decimos: “Sagrado Corazón de Jesús en Vos confío”.

Ciertamente que es preciso tener razones para confiar, para tener fe en alguien o en algo. En la Carta a los Hebreos, al precisar lo qué es la fe, se señala que para tenerla se necesita una “garantía”, como un “fiador” de indudable veracidad, como es Dios, y teje  el elogio de quienes con la seguridad de esa garantía divina han orientado sus vidas (Heb. 14).

Supremo ejemplo de fidelidad al Padre celestial fue Jesucristo, quien, desde el primer momento de su encarnación, se entregó a hacer su voluntad (Heb. 10,9), y, por ello, no obstante su clamor doliente en la cruz (Mt. 27,46) culmina su vivir terreno con voz de suprema esperanza y de triunfo, entregando su espíritu al Padre (Lc. 23,46).

 Jesucristo se coloca Él mismo como modelo de fidelidad, y da indefectible certeza de triunfo a quien lo siga, presentándose como “Camino, Verdad y Vida” (Jn. 14,6). A sus  seguidores da Jesús la certeza de que “estará con ellos todos los días, hasta el fin de los siglos” (Mt. 28,29), que no los dejara solos (Jn. 14,16), que tendrán presencia espiritual suya vivificada por la asistencia del Espíritu Santo, quien les enseñará todo (Jn. 14,26).

Ese mismo Jesús es el que en momentos especiales, para reforzar la fe de los suyos, se manifiesta a personas selectas como a Santa Margarita María Alacoque (1675), en el Monasterio de la Visitación de Paray Lemonial (Francia), a quien hizo revelaciones, plenamente comprobadas por la Iglesia, sobre su predilección y especiales gracias a los devotos a su Corazón sacratísimo. Por los favores conseguidos por esta devoción se difundió ella por todo el mundo.

        Basados en lo anterior, y ante la gran urgencia de lograr la paz en Colombia después de tres años de guerra sangrienta (1899-1902), se hizo consagración al Sagrado Corazón por el presidente de la Republica, Marroquín, y se erigió en su honor un magnifico templo en el centro de Bogotá (K. 15 No. 10-73). Treinta años hubo paz en el país a raíz de ese homenaje de fe de todo el pueblo colombiano, y, permanentemente, no obstante el encapricharse tantos hijos de Colombia en el odio, en el crimen, en la corrupción administrativa y de costumbres, en tantos momentos, ese Corazón Santísimo “nos ha salvado descaradamente”, como dijera alguien.

A raíz de la Constitución de 1991, la todopoderosa Corte Constitucional determinó que habiendo sido declarada Colombia “Estado Social de Derecho”, con características de un “país laico”, no debían los presidentes renovar la Consagración al Sagrado Corazón que venían haciendo, todos los años, con pocas omisiones. Pero, no obstante esa y tantas displicencias más, hemos comprobado en este año, que continúa, en el corazón de los colombianos esa fe, esa confianza en el Sagrado  Corazón, y la certeza de que a pesar de tanta terquedad de los violentos, y tanto respeto humano de los gobernantes de recurrir al Señor, obtendremos ese don de la paz que Él desea concedernos.

Nada extraño, que, como sucedía en el pueblo de Israel por sus pecados e infidelidades ante Dios, permita Él que se propague y se mantenga este horrible flagelo, pero, con fe profunda en ese poder de lo Alto, niños y adultos, iletrados y doctos, gobernantes y gobernados, hemos de seguir, seguros de ser oídos, diciéndole al Corazón Sacratísimo con toda el alma. “En Vos confío”.

monlibardoramirez@hotmail.com

*Presidente del Tribunal Ecco. Nacional