Ituango, Antioquia: famoso por su macroproyecto hidroeléctrico y, más aún, por su estratégica, o mejor, dramática ubicación en el centro de las rutas de la droga del noroccidente del país, por la zona de Urabá hacia el mar, el norte de Chocó y la frontera con Córdoba.
Allí, como una demostración de lo que puede el narcoterrorismo, más de 4.000 personas abandonaron sus veredas, sus animales, sus cultivos, y huyeron al casco urbano con lo que llevaban puesto, y como toda situación es susceptible de empeorar, un derrumbe aisló al municipio con Medellín y un helicóptero que llevaba suministros se fue a tierra.
Sorprendentes las declaraciones del Alcalde, afirmando que “Estas personas salen huyendo, pero se desconoce la razón de las amenazas…”, para añadir luego que “En ese sector hay disputas territoriales entre grupos disidentes de las Farc, Urabeños y Águilas Negras de Córdoba”. ¿Querrá más razones el alcalde para semejante desplazamiento?
Santander, Cauca: Llegan 85 familias, 182 personas, desplazadas de Santander de Quilichao y Buenos Aires. ¿La causa?; “choques entre grupos al margen de la ley”. ¿Cuáles grupos? Todos, porque en Cauca están las disidencias, el Clan del Golfo, los elenos, la “Constru” y los de Sinaloa, entre otros. Y…, ¿por qué chocan?; por lo mismo que los de Necoclí, los de Nariño y los del Catatumbo: “disputas territoriales” por el control de los cultivos ilícitos, el procesamiento y las rutas de la droga, la minería ilegal y la tala también ilegal.
Catatumbo, frontera con Venezuela: Acaba de ser calificada por la ONU como la zona con mayor cantidad de narcocultivos ¡del mundo! Allí el desplazamiento es “pan de cada día”, aunque no tan notorio, porque, como afirma un líder regional, es “gota a gota” y su destino es Cúcuta, donde es absorbido y se confunde con la desastrosa migración venezolana. Como era predecible, el informe de la ONU también ratificó la “deshonrosa” posición de Colombia como primer productor mundial de cocaína.
A diario leemos sobre operativos y capturas, gracias al esfuerzo de la Fuerza Pública, pero cómo olvidar que, hasta 2018, veníamos de ocho años de desmonte de la lucha antidrogas, con un golpe mortal en 2015: la decisión de Santos de suspender la aspersión aérea con glifosato, cediendo a las exigencias de las Farc en las negociaciones, formalizadas luego en el Acuerdo, que pretendió limitar la erradicación a la “sustitución voluntaria”, como si la coca fuera un asunto de los campesinos apenas, y no de las más peligrosas organizaciones criminales del mundo, entre ellas, las “disidencias” de las Farc.
Oscuro panorama para el país y, sobre todo, para el campo, que ve asomarse la violencia que había logrado contener la Seguridad Democrática. Esta semana no más, en la Guajira, un ganadero logró salvarse de un atentado y otro fue vilmente asesinado.
Oscuro panorama, agravado con la migración masiva de cubanos, venezolanos, haitianos y africanos, hacia Necoclí en Antioquia y Capurganá en Chocó, y de ahí, enfrentando los riesgos del Darién, hacia Centroamérica y el “sueño americano”.
Son 15.000 desarraigados de las dictaduras, sin vacunar, sin protocolos ni temores. Me pregunto por qué un feliz cubano o un venezolano enfrentan semejante odisea, renunciando al paraíso de bienestar y libertades del socialismo. Me pregunto hasta dónde nuestra responsabilidad, y si es ético dejarlos pasar, entregárselos a la selva y lavarnos las manos.
Nota bene. A la Coalición de la Esperanza le parece que Duque debe abrazarse con Maduro, como si nada, y que Venezuela, desde donde atentaron contra la Brigada 30 y contra el presidente, no es patrocinador del terrorismo. ¿Ceguera o populismo electorero?
@jflafaurie