“Vale más un tarro de aceite que un día laboral”, dijo Natalie Martínez, como respuesta a mi queja por el costo de una botella de agua y un chocolate, que acababa de comprar en un local del aeropuerto El Dorado de Bogotá. Natalie es una excelente vendedora, atiende con una gran sonrisa y palabras amables.
Mientras empacaba mi compra, añadió, “Antes, con 150 mil pesos uno hacía un mercado presentable, con onces para el colegio de los niños. Ahora alcanza para una libra de arroz, un tarro de aceite, un six-pack de bolsitas de leche y una cubeta de huevos, que vale 15 mil pesos, la mitad de un día laboral.”
En ese momento, se quejó de una frase desafortunada del presidente. “Según Duque, con el salario mínimo alcanza para vivir y hasta para viajar. Con millón ochenta mil al mes a Duque no le alcanzaría para sobrevivir dos meses.”
Como no había cola detrás mío, nos pusimos a hacer sus cuentas del mes. “Pago 600 mil de arriendo, dijo, para vivir con mis dos niños. Vivo en Arborizales Baja, en Ciudad Bolívar, un barrio que está bien. Los servicios valen 150 mil, porque le subieron al aseo, de 35 mil a 58 mil pesos. ¡Está más caro el aseo que el agua! Un mercado liviano, sin onces para los niños, vale 150 mil, y no dura el mes. Eso sin meter carnes. Una libra de carne está en 17 mil pesos, después de andar por todas las carnicerías para ver dónde está más barata.”
Ahí no ha contado el transporte, dije. “Son 100 mil pesos de transporte. Salgo de la casa a las 3:15 de la mañana para llegar a las 5:40 al Dorado.” ¿A esa hora se demora dos horas y media?, pregunté. “Sí, porque hago cinco transbordos.”
¿Quién levanta a los niños y los lleva al colegio? “Una vecina, pues vivo sola con mis dos hijos. Pago 240 mil pesos para que cuiden al menor todo el día, porque tiene labio leporino y paladar hundido. Con esa condición no lo reciben en el colegio. Además, 100 mil pesos por el colegio del mayor, porque los colegios públicos los cogieron los venezolanos. De 35 alumnos, 22 son venezolanos.” Le pregunté si recibía alguna ayuda del estado; o si la había recibido durante la pandemia. “Nunca he recibido nada”.
Los gastos esenciales ascienden a un millón cuatros cientos mil pesos al mes. Todo está subiendo de precio y ella lo siente cada día que merca. La inflación puede convertir su déficit mensual en bancarrota.
Si no encuentra alguna forma de bajar sus gastos, digamos, cambiándose a un sitio de habitación que cueste 300 mil pesos en lugar de 600 mil, le tocaría recortar la comida o el cuidado de sus hijos. A ella le gusta el sitio donde vive, y tal vez sería tenebroso el barrio donde el arriendo cueste tan poco.
Por donde se lo mire, la situación lleva a Natalie al borde del abismo. Y eso que ella tiene un trabajo formal, donde le pagan cumplidamente el mínimo. ¿Qué será de las millones de Natalies que enfrentan iguales costos, pero viven del rebusque haciendo 15 o 20 mil pesos al día, y no los 36 mil que recibe Natalie?
¿Dónde está el padre de los dos niños de Natalie? A él le corresponde cerrar el déficit mensual de esta familia. Mientras que eso suceda, ¿De dónde puede sacar Natalie Martínez una esperanza? ¿De las ayudas del gobierno que nunca llegaron, como al Coronel en la historia de García Márquez? ¿Puede ser que los empresarios y el gobierno contemplaran subir un poco más el mínimo? Eso ayudaría. En momentos difíciles se beben pensar todas las soluciones.