La política se ha vuelto fea, solía decir Álvaro Gómez cuando las prácticas viciadas ganaban terreno en el ejercicio del arte de gobernar. Una de ellas, la parlamentarizacion de los partidos, es tan notoria que hoy se confunden bancadas con colectividades. Fue en el gobierno Samper que empezó ese reinado absolutista de los congresistas. El Presidente los necesitaba a todos montados en el elefante. “Mi poder por una absolución”, era el grito angustiado que salía de la Casa de Nariño, mientras se ofrecían ministerios, institutos, contratos, y proyectos, de una bandeja bien provista de cohechos. Y, cuando el hartazgo burocrático no sancionó el dinero sucio en las elecciones, cundió el mal ejemplo a todos los niveles.
Ya los candidatos a corporaciones, gobernaciones y alcaldías ni siquiera lo ocultan. Por el contrario, lo pregonan para atraer, a buen precio, a los votantes. Ahora, estallo el “affaire” Odrebech, que tiene en aprietos al gobierno Santos y ha incrementado el descrédito de las instituciones, de los políticos, de la Política. Es que el culto al éxito con dinero fácil ha pervertido el compromiso con nobles ideales que otrora significaba la afiliación a un partido.
En ese ambiente perturbado, el Partido Conservador es presa de una polarización tan aguda como la de la sociedad colombiana toda. Voces de la mayor respetabilidad temen un colapso de las instituciones y llaman a la batalla al expresidente Andrés Pastrana. Por otro lado, el Dinacional y los congresistas conservadores deshojan la margarita sobre la oportunidad del retiro del Gobierno. Ese choque de opiniones está conduciendo, más que a una división, a la dispersión de las bases conservadoras. Sucede cuando hay déficits de liderazgo, evidente en el sector parlamentario del partido.
En tales circunstancias, parece iluso hablar de unión conservadora. Sin embargo, es tan necesaria como urgente, porque la tarea política de este tiempo es mantener altiva la presencia conservadora en la historia de Colombia. Además, unidos podemos contrarrestar la tendencia a que, en un mundo que se mueve hacia a lo conservador, las masas decepcionadas estén buscando otros aleros.
Son momentos más de ponderación que de anatemas. El colaboracionismo ha sido el comportamiento habitual de los partidos políticos colombianos desde los días del Frente Nacional. Es cierto, también, que la participación no implica ocultar los desaciertos de los gobiernos ni desconsiderar los interrogantes que han surgido de las confesiones de Roberto Prieto. Y, mucho menos, ignorar que el pueblo colombiano está asustado por la altanería con que las Farc y sus voceros interpretan la Justicia Transicional. Pretenden ser jueces, cuando son reos de los peores crímenes.
Lo habíamos dicho antes: el Gobierno que finaliza no tiene por qué definir las alianzas del porvenir. En las decisiones deben primar los interésese legítimos del Conservatismo. Asimismo, en la balanza esta la apuesta victoriosa por el No y el reverdecer democrático de Andrés Pastrana, Marta Lucia Ramírez y Alejandro Ordoñez. En fin, hay que intentar el entendimiento entre los conservadores. Debemos ser capaces de brindarle a un país inquieto las oportunidades de nuestra reconciliación. Un primer paso: reglas de juegos consensuadas para que el candidato conservador a la Presidencia de Colombia (2018–22) sea escogido por consulta popular.