La habilidad de Maduro para mantenerse a toda costa en el poder es verdaderamente sorprendente.
Tanto, como su astucia para lidiar con todo tipo de presiones, negociadores, garantes, mediadores, intermediarios, facilitadores, sitiadores, opositores, disidentes y sancionadores.
López, Capriles, Guaidó, Machado, Iglesia, Noruega, Idea, Grupo de Lima, Trump, Bolton, Biden, Harris, Blinken, todos han sido superados por el tacto de un gobernante experto en el arte de la dilación, la retractación, la adaptación, la persuasión y la negociación funcional.
Desde el “Cucutazo”, pasando por Saab, o el victimismo en materia de golpes de Estado y la apelación a la figura del magnicidio, el régimen ha sido maestro en relaciones cívico-militares y pretorianismo, pero también en el campo de las alianzas y el balance de poder.
Manteniendo la Alianza Bolivariana y gozando de la aquiescencia de redes simbióticas estatales y no estatales, el régimen se ha valido de la versátil coalición que gobierna a España para atraer a Europa a su modelo y, contando con la influencia del servicio exterior cubano, ha aprendido bien lo que significa conservar (¿detentar, ostentar?) el poder.
En tal sentido, tolera a diferentes iglesias para no enzarzarse en estériles polémicas espirituales y soporta con holgura a una oposición de diversa intensidad que, a largo plazo, ha terminado legitimándolo al reflejar un cierto espíritu de pluralismo.
Con esa misma lógica, el régimen ha aprendido a absorber todo tipo de sanciones impuestas por los Estados Unidos, logrando desactivarlas mediante el magnetismo de los recursos escasos frente al que sucumben los más selectos inversionistas.
Anteriormente, su estabilidad dependía de las fuerzas armadas. Pero ese círculo es ahora mucho más amplio y recursivo.
Eso significa que se inserta a sus anchas en la tendencia regenerativa del orden mundial como líder mediático del sur global y consigue el apoyo de los No Alineados, los Brics, y el bloque constituido por Pekín, Teherán y Moscú.
En otras palabras, Maduro ha demostrado ser director de artes escénicas que conoce a la perfección las virtudes del regateo, el tira y afloje, el ‘tit for tat’, el ‘quid pro quo’, la ‘trampa de Tucídides’ y el ‘brinkmanship’ (la política del borde del abismo).
De tal forma, y sin esforzarse mucho más allá del histrionismo cotidiano, el régimen chavista sabe marcar los ritmos de la diplomacia y las agendas calculando bien la distribución de todo tipo de fuerzas y capacidades.
Pero, sobre todo, se ha convertido en maestro de maestros en una materia absolutamente difícil de entender y practicar: el arte de la persistencia, la ambigüedad y la paciencia estratégicas.
Dicho de otro modo, mientras muchos se ilusionan con el cambio, él ve en cada opositor interno o externo a un nuevo Sísifo que cuando cree haber llegado a la cima tiene que volver a empezar siempre de nuevo.