¿Qué tan conservador o tradicionalista conviene ser en la vida? En política dirían: ¿Qué tan godo hay que ser? Porque “para godos, los liberales de Rionegro”, decían en esos campos que no son los míos. Y, en religión, ¿hasta dónde hay que mirar hacia atrás y hasta dónde hacia adelante? La cuestión viene de los efectos, ya inocultables e inevitables, del efecto Francisco, el papa, sobre toda la Iglesia católica. Quienes leemos y escuchamos, prácticamente a diario, a este sucesor de Pedro nacido en tierras argentinas, no nos queda la menor duda de que quiere hacer avanzar la historia de la fe en todo sentido. Y no son solo palabras, también gestos y signos, al mejor estilo de Jesús de Nazaret. Y esto tiene nerviosos a algunos.
Más que una cuestión solamente religiosa se trata de una cuestión antropológica. El ser humano, individual y comunitariamente, siempre avanza y de no hacerlo puede no ser capaz de adaptarse a la vida en sus muchas manifestaciones. Incluso a las manifestaciones del Espíritu, así con mayúscula. Y este Espíritu divino, porque lo es, va señalando caminos, opciones, decisiones necesarias, va iluminando oscuridades, va descubriendo corazones endurecidos.
Y es el mismo aliento divino el que trata de ayudar a vencer los miedos que tanto paralizan a la humanidad y que, a veces, están tan presentes en los hombres y mujeres con fe, paradójicamente, pues su vínculo espiritual con Dios debería hacerlos los seres más libres del mundo. No por nada, en la Biblia son numerosísimas las ocasiones en que se oye esta expresión: “No temas” dirigida a infinidad de personas de fe, llamadas y elegidas por Dios.
La revista de una universidad de origen eclesiástico, la del Rosario, se titula: Nova et vetera, es decir lo nuevo y lo antiguo. Es quizás la fórmula para saber qué tanto de atrás y qué tanto de lo nuevo debe hacerse presente en lo religioso. De la historia espiritual el cristiano recoge siempre la Palabra revelada de Dios y la obra de la encarnación en Jesús de Nazaret. De la historia se pueden dejar atrás formas culturales que caducan con el tiempo. De lo nuevo se puede sumar al patrimonio espiritual todo lo que haga más visible la presencia de Dios, la misericordia de Jesús y su preferencia por los pobres y marginados. Y de lo actual, el cristiano también mira críticamente las formas culturales para quedarse solo con las que permitan con claridad visibilizar el Reino de Dios.
El cristiano ni es un curador de museo ni se traga entero todo lo nuevo. Ni vive de la nostalgia ni se deslumbra con cachivaches de moda. Se empeña día a día por encontrar las huellas de Dios en los senderos de la vida y se apresura a seguirlas. No siempre coinciden con sus ideas ni con su voluntad. A veces es fácil, a veces no tanto. Pero si mira con sabiduría y con fe siempre encontrará luz en el presente. O sea, ni muy tradicionalista ni muy soñador. Inmóvil, nunca.