Responsabilizar solo a Duque de lo qué pasa en las calles colombianas es igual de miope que culpar a Petro. Los extremos actúan tan parecido que ven solo en blanco y negro, olvidando los matices.
En Colombia estamos acostumbrados a simplificarlo todo, buscamos explicar lo que nos sucede a través de panditos análisis. Quizás se deba a que intentar dar explicaciones complejas a lo que vivimos puede resultar doloroso y revelador de nuestras propias culpas. Sin embargo, no por eso se debe aceptar a la ligera la sentencia de los extremos cuando dicen que la razón de lo que vivimos es responsabilidad de Gustavo Petro o de Iván Duque.
Afirmar categóricamente que la situación actual se debe al presidente o al líder de la oposición es querer negar la historia y rehusarnos a admitir que de una y otra forma todos somos culpables. Es cierto que Petro es el líder que representa el descontento de las calles, pero no es el gran gestor y cerebro del estallido social. Adjudicarle esa responsabilidad es endilgarle un poder que no creo que el político tenga. Es cierto también que el presidente Duque ha sido un accidente de la historia que no ha sabido entender el momento, gobernando de forma ineficiente, sorda y ciega. Siendo la representación del uribismo que las calles rechazan. Pero asumir que esa es la razón de la desesperanza de una población que ha decidido marchar para decir ¡no más!, es reducirlo todo a solo dos variables en un sistema de muchas ecuaciones.
Por eso, hoy líderes políticos como los expresidentes Gaviria, Pastrana y Santos han salido a plantear posibles salidas a la crisis, sería bueno que antes hicieran un acto de contrición sobre su responsabilidad. Han sido décadas de un país gobernado por los mismos apellidos, de dirigentes que han gestado políticas públicas que no han favorecido ni a los jóvenes ni a los más pobres. Lo mismo cabe para todos esos congresistas que alzan su voz de manera oportunista pensando en las elecciones del otro año, cuando han estado incrustados en una curul obedeciendo a las dinámicas del estatus quo sin decir nada significativo para que las cosas cambien.
La expresión de hoy es un cúmulo de desilusiones de esos colombianos que sienten que su clase dirigente nunca ha hecho nada por ellos. Los ven como vampiros que sólo han buscado mantener los privilegios de unos cuantos e incumpliendo sistemáticamente compromisos. Esos políticos hoy plantean tablas de salvación acusando sin cuartel a Duque o a Petro como responsables de la situación. Es válido que propongan salidas, ni más faltaba no querer un diálogo en donde todos aporten, pero salir de la crisis requiere primero tener la grandeza de reconocer errores y responsabilidades históricas.
Son doscientos años de intento de formación de una nación, poco más de cincuenta de la etapa política más reciente, la sumatoria de falencias de estas décadas tiene como resultado lo que hoy estamos viviendo por eso: ¿Serán capaces todos los protagonistas de asumir sus responsabilidades para poder iniciar una verdadera conversación?