La Corte Constitucional colombiana, mediante sentencia C-045 del 6 de febrero de 2019, dada a conocer a través de un comunicado de prensa, resolvió retirar del ordenamiento jurídico la autorización para la práctica de la caza deportiva. Es decir que en el país ya no será posible matar animales con fines recreativos, so pretexto de ejercitarse o, en últimas, como lo había entendido el sabio legislador de la época, ejecutarla sin otra finalidad que su realización misma.
Argumentos a favor y en contra tanto de la decisión como de la actividad de cacería deportiva surgen de todos lados. Para la Corte la decisión se fundamentó en el interés superior de protección del ambiente y de la fauna como parte integrante, lo que por consecuencia obliga a proteger a los animales frente al padecimiento, el maltrato y la crueldad. Una protección que es coherente con el estatus de seres sintientes que los animales ostentan actualmente en sistema legal.
No nos llamemos a engaños, por más explicaciones que tratemos de dar siempre habrá una verdad incontrastable presidiendo la actividad de la caza deportiva: el placer y el poder por privar de la vida a un individuo de cualquier especie no humana, por la simple y vana satisfacción de matar, sin que haya hecho nada en nuestra contra. Su ‘afrenta’ la hacían consistir en cometer el delito de existencia útil a la naturaleza.
La decisión de la Corte es valiente, pero por sobre todo es justa. Refleja la moral actual de la sociedad colombiana. Una moral entendida como el consenso social mayoritario que coincide en rechazar prácticas que no respeten el derecho a la vida de los animales, sin que medie justificación racional ni ética, y menos que se les cause dolor y sufrimientos innecesarios con el único y exclusivo fin de satisfacer los deseos de quienes, bajo la excusa de estar haciendo uso del derecho fundamental al libre desarrollo de la personalidad o a la recreación, vean en la muerte de un ser indefenso su razón de existencia o, por qué no, de alcanzar su nirvana.
Atrás quedan prácticas que en determinado momento momento tuvieron su propia racionalidad, pero que hoy no se pueden sostener, ya sea porque muchos consideremos que los animales merecen un trato digno de acuerdo a su especie y condición, la cual implica respeto por su vida, que podemos seguir tomando solamente cuando sea estrictamente necesario sin causarles dolor y sufrimientos innecesarios; o porque simplemente llegamos a un punto donde el desequilibrio del ecosistema es una realidad y nos resulta más que necesario protegerlo y desplegar todos los esfuerzos para evitar que por la depredación sin sentido pongamos en riesgo la subsistencia de la especie humana, solamente porque no fuimos capaces de autorregularnos y dejar atrás prácticas que no son más que la reivindicación de un pasado que nada dice de nuestro presente, pero que será capaz de destruir nuestro futuro.
Hoy podemos decir, una vez más, que no hay recreación, ejercicio, y por tanto, deporte en la muerte.