Todavía deben adelantarse las pertinentes investigaciones, pero -según lo visto inicialmente- no parece que el atentado contra el expresidente estadounidense Donald Trump en Pennsylvania haya tenido origen en un plan terrorista preconcebido por algún grupo u organización terrorista internacional, con propósitos políticos. El FBI habla de “terrorismo interno”, pero lo divulgado hasta ahora indica que todo fue concebido y llevado a cabo de manera individual -se desconocen sus razones- por Thomas Crooks, un hombre de apenas veinte años, sin antecedentes delictivos, cuya ideología política no ha sido establecida con certeza, pues su nombre aparece como perteneciente al partido republicano, pero hizo aportes a campañas demócratas.
En este caso -que dista mucho de ser un simple “incidente”, como lo llamaron algunos noticieros internacionales-, el señor Trump -exmandatario y candidato a la reelección- escapó de la muerte por centímetros -uno de los proyectiles dio en su oreja derecha- y, como él lo dijo, Dios lo protegió. Por su parte, el tirador fue abatido por el personal de escoltas, no sin antes causar la muerte a Corey Comperatore -un valiente bombero que recibió los impactos mientras cubría con su cuerpo a su esposa e hijas- y graves heridas a dos personas más.
A nadie se oculta la gravedad de lo acontecido. Buena parte de la población teme el regreso de la violencia política y las amenazas de muerte contra líderes y altos dignatarios, que no se habían vuelto a presentar desde el 30 de marzo de 1981 -cuando fue atacado el entonces presidente Ronald Reagan en Washington.
A no dudarlo, hubo fallas en la inteligencia y la protección del aspirante a la presidencia, como lo han expresado muchos de los asistentes, toda vez que no se dieron cuenta de la presencia del atacante, quien portaba un fusil y subía a una construcción cercana, desde donde hizo los disparos. Sobre los organismos competentes habrá investigación, según se anuncia.
¿Qué pudo influir en el ánimo de Crooks y llevarlo, inclusive, a arriesgar su vida -que, en efecto perdió- para intentar asesinar a una persona como Donald Trump? Es lo que muchos nos preguntamos. Quizá -como también ocurre en Colombia, en medio de la polarización política existente, y acontece en otros países como España, México, Perú o Ecuador - los dirigentes y partidos deberían reflexionar acerca de la manera como orientan a sus posibles seguidores, en sus campañas y procesos, en las redes sociales y en los medios de comunicación. El discurso de odio, la descalificación de la persona del contrario, la ofensa y el insulto contra quien piensa diferente -en vez de la confrontación civilizada de argumentos, la discusión y el diálogo- obran con frecuencia en personas influenciables y primarias, que acuden fácilmente a la violencia.
Hablando de violencia, no podemos dejar de referirnos a los penosos acontecimientos que tuvieron lugar este domingo en Miami, donde tuvo lugar el partido final de la Copa América entre Argentina y Colombia. Nuestros futbolistas fueron ejemplares y merecen aplauso y apoyo, pero no así los hinchas que ocasionaron caos, confusión, destrozos y perturbación del orden público, al ingresar masivamente y en forma violenta, sin boletas, al estadio. Gran vergüenza.