Pese a que la llegada de Alberto Núñez Feijóo a la dirección del conservador Partido Popular de España va a ser, si nada se tuerce, en olor de multitudes y por aclamación de las bases, no lo va a tener fácil. Primero porque su equipo en Madrid es muy reducido (él es hombre de afectos largos y camarillas pequeñas) pero sin escaño en el Congreso la función de sus "representantes" va a tener una importancia capital, que diría su también amigo Mariano Rajoy.
Por otro lado, hay que contar con las malas conciencias de los que abandonaron a Casado en el último minuto y que, si no encuentran el agradecimiento a su "traición", pueden volver a repetir la jugada. No hay que olvidar que, aunque no lo parezca, el grupo popular del Congreso tenía la impronta del líder ahora castigado y de su anterior Secretario General el defenestrado Teodoro Garcia Egea.
En política, y no hay que remontarse a la escena de Julio Cesar apuñalado por los suyos, la lealtad es efímera y puede darse la vuelta en horas como se ha demostrado. Por tanto ,Feijóo, que lleva trienios a las espaldas, tendrá que darse prisa (y no es su estilo) para remontar esas encuestas que dan al PP en caída libre. Porque el aplauso de ahora mismo depende de las expectativas electorales de la formación que a partir de abril quedará en sus manos.
Dicen sus próximos que al margen de rearmar las siglas su principal objetivo va a ser marcar distancias con Vox que lleva celebrando la crisis popular desde su éxito en las autonómicas de Castilla y Leon.
Lo complicado, lo difícil, es convencer a los votantes de la derecha que el PP con un hombre templado al frente, y Feijóo lo es más que Casado, no es la "derechita cobarde". Argumentario este que está llevando a los electores a coger la papeleta de Abascal y lo suyos frente a la de los populares. Además de recuperar al votante de Ciudadanos, siglas que caminan hacia la extinción.
Los gritos que se oyeron en la calle Génova 13 el fin de semana pasado reclamaban a Ayuso y su complacencia con Vox. Es verdad que era militancia madrileña, encantada con su presidenta, y que no representa al resto de España. Pero es un aviso de cómo los populismos y los extremismos políticos van ganando terreno en estos convulsos tiempos de pandemia y guerras.
Un recrudecimiento de la crisis económica provocada por el boomerang de las sanciones a Putin y la avalancha de refugiados de Ucrania, que Europa va a tener que acoger y también nuestro país, por supuesto, va a poner a prueba no solo al Gobierno sino también al principal partido de la oposición. Y ya sabemos lo que piensa Abascal de los inmigrantes sean refugiados o no.
Lo dicho, no lo va a tener fácil.