La semana pasada en Cali, frente a “Puerto Resistencia”, el adefesio que se erigió en honor a la sublevación y que, por cierto, pese al cambio de gobierno permanece incólume, Gustavo Petro, muy a su estilo envió una amenaza a todo el país: Pasan mis reformas o convoco a una Asamblea Nacional Constituyente.
Fiel a su costumbre de deshonrar sus promesas de campaña, quien para 2018 se había convertido en “todo un demócrata” jurando sobre mármol jamás convocar una Constituyente, el viernes pasado irrumpió violentamente en la tranquilidad mental de los colombianos lanzando su conminación de movilizar al poder constituyente primario para convocar una Asamblea Nacional Constituyente que modifique la Constitución del 91 y todos esos pesos y contrapesos que le han impedido pasar, a los trancazos, sus reformas.
Pues bien, aunque Gustavo nunca nos sorprende porque siempre la locura subsiguiente será peor y más insólita que la inmediatamente anterior, las reacciones de varios de los líderes del país, no se hicieron esperar. No obstante, hubo una constante general: La inmensa mayoría de quienes se mueven en el marco de la institucionalidad consideraron el no tan inusitado llamado del presidente, un peligro que constituye una amenaza fehaciente a la democracia colombiana o un mecanismo de distracción desesperada para seguir generando el caos que tanto le conviene y que le permite, poco a poco, con mecanismos de hecho, ir carcomiendo nuestras instituciones.
Postura diferente asumió Germán Vargas Lleras, quien el martes en una entrevista radial hizo alarde de su conocimiento de estrategia política. Así, remitiéndose a la teoría del "judo político", propuso un claro mecanismo de cómo utilizar la fuerza y la estrategia del adversario en su contra. Me explico en términos más coloquiales. Tal y como en la ranchera de José Alfredo Jiménez, Vargas Lleras le mandó a decir a Petro: “No me amenaces, no me amenaces”, al proponer tomar la palabra del hoy presidente y darle respaldo a una Constituyente para "medir fuerzas" en la cancha.
En este juego político, que no por juego deja de ser peligroso, el exvicepresidente sugiere que la elección de los asambleístas y, por ende, el resultado de la constituyente actuaría como un plebiscito sobre el apoyo popular a Petro y a su gobierno. Así, si el gobierno queda en minoría, sería una clara señal de que la propuesta de Petro no tiene el respaldo que él esperaba, poniendo en evidencia la debilidad o falta de apoyo popular que, Vargas Lleras intuye, tiene el presidente. Adicionalmente Vargas, en un intento de redireccionar el impulso detrás de la iniciativa de Petro redirigiendo la energía del oponente, como en la estrategia del judo, no se limita a aceptar la propuesta del presidente tal cual viene, sino que sugiere que cualquier Constituyente debería enfocarse en temas de interés prioritario para el país (y menos riesgosos), como una reforma a la justicia y la defensa de la Constitución del 91, con algunos ajustes menores.
El planteamiento de Vargas emplea una táctica en la que se busca que la propuesta desafiante de Petro se convierta en un escenario que, potencialmente, debería revertirse en su contra y ojo, en teoría, constituye una forma de poner a prueba la legitimidad y la fuerza política de Gustavo Petro sin tener que confrontarlo directamente con argumentos o acciones que podrían ser percibidas como agresivas u opositoras.
El problema es que este ejercicio estratégico obvia los riesgos que alberga la naturaleza de la “realpolitik colombiana”: El que está proponiendo la Constituyente no es alguien que reconozca la supremacía de la ley. Gustavo no está pensando en pasar por el Congreso para la convocatoria, sino en movilizar a punta de recursos públicos, Cabildos Abiertos y Asambleas populares. Gustavo es amante y experto en mecanismos de hecho y no dudará en sembrar caos para lograr el ambiente propicio para declarar un Estado de Sitio que le permita convocar por decreto.
Gustavo no tiene reparo en inventarse un “fraude monumental” para controlar el escrutinio de las elecciones. Con Gustavo, no podemos confiarnos. Va y nos resulta mejor judoca y nos quedamos como David Cameron con el Brexit.