Han pasado varios días de la tragedia en Guatapé, y las informaciones sobre lo sucedido no dejan de sorprendernos, mostrándonos que la situación fue de grandes magnitudes, y si el número de víctimas no fue mayor, se debió a la pronta e improvisada ayuda de las personas que a diario trabajan en la represa, prestando sus servicios a los turistas. De no haberse presentado ese espontáneo apoyo, hoy estaríamos llorando el doble o triple de víctimas en el doloroso accidente.
Nos proponemos llamar la atención sobre el resultado de las investigaciones, porque a más de fijar responsabilidades en este pasaje, debemos sacar la mayor experiencia posible para no permitir nunca que un percance de estos perfiles se repita. Sabemos que las pérdidas en vidas no tienen solución pero es imposible consentir otro incidente de estas características, donde la responsabilidad pareciera está diseminada en todos los participantes de la operación y excursión. Evitemos conjeturas sobre el estado de la embarcación, porque tanto dueños como operarios conocen su responsabilidad ante fisuras o falencia de mantenimiento y conservación. Ahí tenemos responsabilidades de dueños, operarios y las mismas autoridades garantes del control, las que saldrán a flote en la investigación, por ser muchos los vinculados a este aspecto. Llama la atención, también, los conceptos de sobrecupo, que al parecer ya fueron despejados a favor de los operarios.
Entendemos que grupos representativos de residentes en el lugar derivan su sustento personal y familiar de labores náuticas en la represa y la asistencia de turistas a la región es plataforma que da vida a toda la zona. Sin embargo pareciera que aun existiendo normatividad, y las autoridades empeñadas en hacer su trabajo de control, no es suficiente la gestión y cierta informalidad poco a poco se abre paso en el medio, para facilitar la actividad turística evitando molestar a los visitantes, convirtiéndose los operadores en cómplices laxos en cuanto al desconocimiento y aplicación de normas tendientes a potenciar la seguridad.
Hagamos unas reflexiones sobre la situación, y comulguemos con todo el país en preguntar ¿por qué no se dotó de chalecos salvavidas a los pasajeros? De contera entendamos que no era la primera vez que este aspecto de seguridad se violaba, pero ¿y los pasajeros que? ¿Ninguno, absolutamente ninguno pregunto, indagó y mucho menos exigió este elemento tan obvio en estas actividades? Ahí existe una responsabilidad de parte y parte. Pongámonos en los zapatos de un padre de familia, con su señora e hijos, que tome la excursión, ¿será que no se preocupa por la seguridad de los suyos?
Por último reconozcamos, sustentados en las anteriores consideraciones, que nos encontramos ante un cúmulo de fallas, hijas de la informalidad generadas por costumbre. Las investigaciones nos darán sus luces. Nosotros atrapemos experiencia.