Dejo sentada mi posición contra la utilización de menores en el conflicto armado y dejo en claro, las veces que tenga que hacerlo, que estos menores son víctimas de una guerra ajena y, en este caso, de las disidencias de las Farc y sus sanguinarios jefes que los utilizaron para fines incalificables.
Ahora bien, debemos entender que el calificativo empleado por el señor Ministro de la Defensa al referirse a los menores como “máquinas de guerra” se debe a la instrumentalización que de éstos hacen criminales como "Gentil Duarte", que continúan apostándole a la guerra contra la población civil y al reclutamiento de menores para hacerlos protagonistas de la misma.
Nos debe doler y preocupar cómo después de tantos discursos, puntos de convergencia sobre el tema y compromisos de todas las partes se siga poniendo el dedo del cuestionamientos en contra del gobierno y casi a favor de los jefes del campamento criminal cuando fueron ellos quienes llevaron hasta allí a estas víctimas con el objetivo de hacerlos combatientes, o escudos humanos, de sus asentamientos. No de otra forma se puede explicar su presencia en esa zona tan inhóspita y alejada.
Tenemos que remitirnos a las historias de la población rural de nuestro país para saber, de primera mano, cómo los hijos de los campesinos son reclutados en contra de su voluntad, bajo la intimidación a familias enteras y la amenaza de atentar contra la población. Visto así entenderemos de dónde parte la génesis de estos sucesos que hoy nos duelen y avergüenzan.
Preocupa, igualmente, la infortunada tesis que maneja ahora la izquierda ilustrada del país, al sugerir que nuestras fuerzas militares son asesinos de niños. Ninguno de los soldados, de cualquier rango que participó en esta operación militar, de haber tenido conocimiento que dentro de ese campamento habian menores los hubiera atacado.
Para mayor vergüenza social tenemos que resaltar que este fenómeno no solo se esta presentando a nivel rural, en campamentos de disidentes de las Farc, sino que se evidencia en nuestras ciudades, donde de manera continua se ha incrementado el reclutamiento de menores para ejercer los actos delincuenciales del día a día, desde el hurto simple hasta el homicidio o sicariato. La incapacidad de la legislación nacional y del Estado para ejercer su poder punitivo contra las acciones que hagan estos menores se ve reflejada en el marcado interés que ha despertado sobre los mismos las organizaciones al margen de la ley.
Una juventud presa en la falta de oportunidades, de la desprotección del Estado y sus instituciones será siempre botín fácil para los delincuentes manipuladores llevándolo a decidir, en su inmadurez, si son máquinas de muerte o de miseria. ¡Qué absurdo panorama!