El mundo está mirando lo que está pasando en Colombia. El planeta entero es testigo a través de internet y las redes sociales de lo que pasa en el país. Muchos dirán que lo que se muestra es solo una de las facetas de lo que vivimos, pero más allá de cuál sea la mirada que se tenga, hace mucho no teníamos tal atención internacional. Durante años hemos luchado contra la percepción que existió en el mundo de Colombia como un país fallido, lamentablemente me temo que está imagen está de vuelta.
Podrá sonar superfluo y que no afecta a la mayoría de ciudadanos, pero hemos regresado a ser parte de los viajeros que el mundo estigmatiza. Nos hemos quejado históricamente porque lo hemos sufrido, ser vistos como ciudadanos de un país exportador de cocaína y llenos de delincuencia. Duele cada vez que en algún lugar del mundo alguien responde con un mal chiste sobre drogas por sabernos colombianos. Esta realidad se venía transformando poco a poco en los últimos años, sin decir que la habíamos erradicado. Pero el mundo había empezado a vernos con otros ojos y esperanza, el proceso de paz hizo que muchos en el planeta pensaran que la reconciliación era posible y nosotros éramos el gran ejemplo. Esa ya no es nuestra realidad.
Llegar de visitante a un país y ver cómo un vuelo proveniente de Colombia tiene una revisión más exhaustiva y especial. Preguntar por qué y recibir como respuesta de la autoridad policial: “las protestas y todo lo que está pasando en tu tierra hace que tengamos que ser más precavidos en esta labor” Llegar a una oficina para una diligencia y responder a la pregunta de la nacionalidad diciendo: colombiana, y recibir inmediatamente una respuesta de solidaridad por todo lo que está pasando en el país. Esa es la experiencia de transitar fuera de Colombia por estos días. Saber que el mundo conoce que vivimos una situación delicada y que eso muestra una imagen de país inestable y probablemente fallido. Reconocer que ya no somos esa luz de esperanza que por pocos años fuimos. Regresar a ser parte de aquellos lugares con conflicto que el mundo mira con recelo.
Por lo anterior es imperdonable el letargo en que ha mantenido el gobierno actual al ministerio de relaciones exteriores. Su trabajo ha sido casi nulo, no han hecho prácticamente nada. Dejaron a merced de la redes sociales la imagen internacional de Colombia y sus ciudadanos, nos regresaron a la época en la que daba pena tener un pasaporte vino tinto.
Más allá de lo personal y de las molestias que pueda tener un viajero colombiano, esto tiene repercusiones para la nación. Tanto que nos vendieron la importancia de la reforma tributaria para mantener un buen rating por parte de las calificadoras de riesgo, deberían haberlo pensado también con el manejo que le han dado a la cancillería. De su trabajo depende principalmente cómo nos vea el mundo.
Por eso, cada día qué pasa de esta Administración, nos damos cuenta del error que es elegir gobiernos sin experiencia e ineficientes, pues son capaces de echar para atrás décadas de progreso. Un ejemplo de ello es que lo poco que habíamos mejorado en un frente, lo hemos enterrado porque el mundo nos está mirando.