Eso de que los demás deben ser como yo creo y hacer lo que yo considero, es una forma de pensar respetable, pero absurda e impracticable, sobre todo en un país violento de tan variados matices sociales, culturales y políticos.
Y radicalizarse en tal posición, pretendiendo negarle los derechos constitucionales y legales a quienes no opinen y actúen como yo quiera, no es nada menos que una pretensión impracticable y terca.
Tal como sucede con quienes reniegan de los Acuerdos de paz, llegando a recriminar las actuaciones de los reinsertados a la vida civil y en pleno ejercicio de sus derechos gracias a dichos acuerdos. No les parece que deben participar en política ni en el servicio al Estado e incluso olvidan su condición de exguerrilleros y se les reclama conductas como si no lo hubiesen sido nunca, tal como “no haber criado bien a sus hijos” o haber actuado en asaltos o en tal o cual episodio fuera de la Ley, cuándo ya se ha surtido un proceso que incluso ha tomado varios años hasta llegar al "borrón y cuenta nueva”.
Pero para los críticos, el odio y sed de venganza como su incapacidad de perdonar y olvidar es mayor, aun si está de por medio un fin más loable, como es la reconstrucción de un país en paz.
Para tratar este tema, he consultado los artículos que se publican en “Psicología y Mente”, los cuales cuentan con la revisión y el aval de su Comité Editorial, lo que significa que cada texto publicado cumple distintos estándares de calidad, principalmente de veracidad y rigor científico.
En consecuencia, uno de sus textos habla de que, si bien…
"Desde pequeños somos educados con la idea de que los actos negativos tienen consecuencias negativas, y los actos positivos producen cambios beneficiosos. Esta idea es muchas veces válida en el contexto de la educación que padres y madres dan a los niños pequeños, pero en la vida adulta las cosas no funcionan así.” Muchas veces, por defecto, los daños quedan ahí, y el universo no conspirará para que haya compensación.
Ante esta realidad, las ganas de justicia aparecen como una cualidad humana orientada a crear una sociedad mejor, en la que prime el principio de que todas las personas tienen los mismos derechos y en el que deben existir mecanismos de compensación. Sin embargo, las ganas de venganza no nacen de la voluntad de hacer un mundo mejor, sino de un sentimiento mucho más visceral. “No es algo que tenga que ver con una manera de ver el mundo o con unos deseos de cómo tiene que ser la sociedad, sino que tiene que ver con el odio y el resentimiento."
Y es ahí a donde quiero llegar, si pregonamos la voluntad de tener un país mejor, no podemos, debido al carácter pasional, dejarnos llevar por los deseos de venganza que hagan el problema más grande de lo que ya es.
“Si la justicia tiene como finalidad desincentivar el hecho de cometer ilegalidades y participar en la reinserción de quienes reciben castigos, la venganza solo busca un efecto en quien se venga, actuando como una especie de auto-terapia (aunque sin evidencia científica de efectividad)".