No sé ustedes, pero yo estoy aburrido de la polarización desde el resentimiento. Muchos de mis amigos también me dicen estarlo, pero varios siguen atizando los fuegos familiares y colectivos -y ni qué decir de las redes sociales-, de por sí ya bien encendidos, con mensajes llenos de acusaciones, descalificaciones, verdades a medias, mentiras completas, creyendo que con ello contribuyen a un país mejor, un mundo más vivible. Creo que la cosa no es por ahí. ¡Por supuesto que estamos en un mundo de polaridades, que contempla por demás toda la gama de posibilidades intermedias! Entonces, que haya polarización no es nuevo ni extraño; lo que ocurre es que no sabemos cómo asumirla, porque vibramos más desde el miedo que desde el amor. El mundo no es como queremos que sea sino como es, de la misma manera que aceptación no es resignación; por lo contrario, es el impulso para la transformación. La clave está en identificar qué podemos transformar y desde dónde.
En estas democracias nuestras, imperfectas, vulnerables y manipulables, el poder ciudadano es muy relativo. Por eso nuestros legislativos y ejecutivos se llenan más de quienes ansían el lucrativo negocio de vivir del Estado que de verdaderos servidores públicos por vocación, con afortunadas excepciones. No estamos en España o Perú, donde se destituye a sus presidentes por corruptos; aún no llegamos a ello. Mientras eso sucede -y de seguro ocurrirá, aunque yo no lo vea- podemos actuar en los entornos en los que tenemos rango de acción. Más allá de los vaivenes electorales, hacemos parte de parejas, familias, comunidades de amigos o colegas, que van a seguir existiendo una vez pasen las elecciones y que no merecen las actitudes de desamor que las pasiones electorales suscitan. Hemos llegado a un punto crucial que exige decisiones que cambien el rumbo de las cosas: elegimos seguir en la confrontación o actuamos desde el amor. Independientemente de lo que hagan los otros, habrá alguien que vibre en la misma frecuencia con quien se pueda desarrollar una iniciativa de transformación amorosa, la cual puede ser pequeña, modesta y poderosa en su entorno.
En la dinámica espiral de la vida las sociedades avanzan y retroceden. Todo hace parte del juego, aunque nos gusten más los progresos que los repliegues. Si hay retrocesos, algo no hemos aprendido como sociedad; si hay avances, tenemos ya unos aprendizajes consolidados. En realidad los avances y los retrocesos ocurren simultáneamente, el punto es identificarlos. Seguiremos avanzando si optamos por lo amoroso, si seguimos construyendo comunidades de aprendizaje, si seguimos fomentando experiencias colaborativas, si seguimos siendo solidarios en lo micro, más allá de que en lo macro imperen la competencia, la exclusión y la ambición desmedida, o que el de al lado continúe en el juego del desamor. Que cada quien vibre más en amor y armonía que en miedo o resentimiento es algo que no depende de un decreto o de una elección política. A cada quien le llega su tiempo. Así es el experimento.