Todo cambio de año se encuentra marcado por los balances en relación con el que termina, y las metas y propósitos para el nuevo calendario que comienza. Independientemente de las circunstancias de cada quien, de las incertidumbres y dificultades que puedan vislumbrarse, de las insatisfacciones y hasta fracasos que hayan podido darse, el ingrediente que nunca deber faltar en la alquimia de emociones, sentimientos y valores que fluyen por estos días, es el optimismo.
Vestido de fe para algunos, testarudez o incluso irresponsable ingenuidad, para otros, el optimismo nos brindará siempre la fuerza vital para resistir, pero también para emprender, el aliento para seguir adelante, la ilusión y la confianza para avanzar, el afán por ver llegar el nuevo día, generar un nuevo comienzo, crear una nueva oportunidad.
El incesante barullo de las redes sociales inundadas de pequeñeces, aflicciones y vacíos, transmite, particularmente a nuestros jóvenes, inseguridades y angustias que es necesario combatir con dosis reforzadas de alegría, creatividad y visión de futuro. Así, por ejemplo, necesitamos para ellos una escuela y un medio universitario renovado en el que puedan ver el porvenir sin fatalismos, en el que tengan verdaderas vivencias compartidas y no estereotipos e imágenes distorsionadas de sí mismos, gestos solidarios basados en la interiorización de los principios humanistas y en la existencia de escenarios de construcción de ciudadanía, en los que aprendan a crecer y a reinventarse aun en medio de las crisis, pandemias, guerras y limitaciones ligadas a ellas.
La ampliación de los ámbitos y oportunidades de conocimiento, de las experiencias posibles utilizando las herramientas de comunicación y de búsqueda existentes en dichas redes, resulta en esta lógica mucho más útil que la simple queja sobre sus imperfecciones y riesgos. Así como es indispensable ser conscientes de que los discursos de miedo, las interpretaciones simplificadoras y dogmáticas, y los relatos que ensombrecen y dramatizan las realidades que vivimos, están teledirigidos por intereses que debemos identificar y poner en evidencia.
No le hagamos el juego a los profesionales del pesimismo, a los que le apuestan al fracaso, a quienes solo presagian catástrofes para mejor vender su opaca visión del mundo, en el que únicamente existen alternativas y caminos si ellos son los protagonistas y se les reconoce su misión salvadora.
Apostémosle al entusiasmo, a las ganas de vivir, al humor y al gusto por compartir con los otros. Dejemos atrás el desánimo, el desinterés, la apatía. Necesitamos una sociedad viva, alerta, reflexiva y actuante, capaz de soñar, de ilusionarse.
¡Feliz 2023 para los amables lectores de esta columna!
@wzcsg