P. ANTONIO IZQUIERDO | El Nuevo Siglo
Domingo, 3 de Marzo de 2013

Las lecturas de hoy describen algunos rasgos del Dios cristiano. En la primera (Ex 3, 1-8.13-15) Dios aparece como fuego que no se consume y se define a sí mismo: Yo soy el que soy. El evangelio (Lc 13, 1-9) por su parte nos presenta un Dios misericordioso que desea ardientemente la conversión del pecador, que sabe esperar antes de intervenir con su justicia. El Dios cristiano es también un Dios providente, que nos pone ante los ojos la historia de Israel para que estemos atentos y nos mantengamos en pie (segunda lectura, 1Cor 10, 1-6.10-12).

En la mentalidad antigua el fuego es símbolo de poder y de fuerza divinos. En el Antiguo Testamento es además símbolo de la presencia divina en la creación y en el entramado histórico de los hombres. Puesto que Dios es eterno, el fuego de su presencia y de su poder no puede consumirse.

Jesús, durante su vida pública, dirá: He venido a traer fuego a la tierra y ¿qué es lo que quiero sino que arda? Se trata del fuego que es Dios mismo, en su misteriosa proximidad al hombre; un fuego que debe llamear, como una bandera enhiesta, en el corazón de la historia y de cada ser humano.

Un gran pecado del apóstol, del cristiano comprometido, del misionero, es o puede ser la impaciencia, la incapacidad para esperar el momento de Dios.

Ante los problemas, que son muy reales, no perder los estribos; mucho menos, gastar las propias energías en lamentarse, impacientarse, mirar hacia el pasado... Hay que actuar, sí, actuar y saber esperar.

Actuar con fe y con amor, los medios más eficaces para cambiar la vida de los hombres. Esperar, sin prisas y sin pausa. Jamás decaer en la espera y esperanza. En la paciencia, nos dice Jesús, poseeréis vuestras almas; en la esperanza encontraremos nuestra salvación y la de nuestros hermanos.

Hay que hablar del Dios presente y cercano al hombre, del Dios misericordioso que sabe esperar... Y hay también que hablar del Dios que, siendo uno, coexiste en tres personas, algo que constituye el rasgo más diferencial de nuestra concepción cristiana de Dios. Por otro lado, es verdad que hay que hablar de problemas morales, de cambios de mentalidad, de laicismo y liberalismo ideológicos..., pero ¿no será algo mucho más importante hablar de Dios?

El cristianismo no es un sistema moral que implica una religión; el cristianismo es ante todo y sobre todo una religión, una fe, de la que se deduce una moral, un modo de vivir y estar presente en el mundo y en la sociedad.

Puede ser que hablando más del Dios vivo y verdadero algo cambie también el modo de vivir y de pensar de nuestros contemporáneos. ¡Acepta el reto! /Fuente: Catholic.net