P. ANTONIO IZQUIERDO | El Nuevo Siglo
Domingo, 9 de Septiembre de 2012

Dios liberador del hombre

 

 

Uno de los atributos de Dios es el de liberador. Éste es el especialmente señalado en los textos litúrgicos de este domingo. Dios libera a los hombres de su triste condición de desterrados y a la naturaleza de su aridez infecunda (primera lectura Is 35, 4-7a). Libera a los hombres de sus enfermedades del cuerpo y del espíritu: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (Evangelio Mc 7, 31-37). Libera al cristiano de cualquier acepción de personas, porque todos, ricos o pobres, somos iguales delante de Dios (segunda lectura Sant 2, 1-5).

Una naturaleza libre al servicio del hombre. Dios ha creado la naturaleza, pero no se ha desentendido luego de ella. Siendo ésta el hogar del hombre, ejercita también sobre ella su providencia, a fin de que sirva al hombre. Esa providencia divina “libera” a la tierra de sus miserias, como pueden ser la sequedad y la infecundidad. Dios es el Señor de la naturaleza y ejerce con libertad su dominio absoluto sobre ella para ayudar material y espiritualmente al hombre. Materialmente, haciéndola fructificar abundantemente, de modo que el hombre pueda alimentarse con sus frutos. Espiritualmente, haciendo al hombre sentir el poder y peso de las calamidades naturales, de modo que éste se vea necesitado a elevar sus ojos al Señor de la naturaleza y a implorar su bendición.

Cristo desea seguir haciendo el bien entre nosotros y en nuestros días mediante los cristianos. Cristo desea seguir liberando al hombre de las necesidades materiales, de las enfermedades, de las calamidades naturales, de los males espirituales mediante los cristianos. De verdad que es hermoso constatar la generosidad de tantos millones de cristianos para socorrer en cualquier parte del mundo a los más necesitados. De verdad que Cristo debe estar contento porque puede continuar haciendo el bien en la historia de los hombres mediante los cristianos. Al mismo tiempo, como creyentes cristianos, hemos de hacernos algunas preguntas: ¿Hago yo personalmente todo el bien que puedo hacer? ¿Busco que otros, singular o comunitariamente, hagan el bien? ¿Cuál es el tipo de bien que más me gusta hacer: el material, el espiritual o ambos a la vez? ¿Estoy convencido de que a través de mí, Cristo glorioso continúa presente entre los hombres haciendo el bien? Y no olvidemos que hacer el bien desinteresadamente a los hombres es una manera estupenda de liberarlos.

La liberación posee una fuerza de atracción singular. Es un claro indicio de que el hombre, consciente o inconscientemente, se ve y experimenta a sí mismo, al menos parcialmente, “esclavizado”. La liberación, por tanto, es posible sólo para quien quiere ser liberado. Otro aspecto diverso es a quién acudir para ser liberados. Porque en nuestro mundo y en nuestro medio ambiente hay quizá muchos que se las dan de “liberadores”, pero lo que liberan no es al hombre en su grandeza y en su dignidad, sino los potros desbocados de sus pasiones, sus egoísmos, sus ambiciones, sus pesadillas, sus instintos. Digámoslo sin tapujos: el verdadero liberador del hombre es Dios. /Fuente: Catholic.net