Una de estas mañanas de pandemia el vecindario fue despertado por un airado intercambio de gritos entre dos venerables setentones, uno le recriminaba al otro por echarle comida a las palomas desde la ventana haciendo uso de palabras de distinto calibre, mientras el insultado devolvía adjetivos desde la seguridad de su garita, aventándoles migas de pan a sus asiduas visitantes, mientras el ofensor se perdía con su amargura al final de la calle.
Esa pelea de vecinos es la expresión del cada vez más triste consenso urbano que las ve como una plaga portadora de inenarrables bacterias e infecciones, que no merecen un trato compasivo y por tanto expone a sus defensores a constantes ataques por parte de los más salubristas de la sociedad presente, es la calentura del tiempo presente que no hace justicia con la deuda histórica que tenemos con esta magnífica especie, pues pareciera que sólo sirven para bombardear guano, especialmente en las edificaciones causando su deterioro, reproducirse descontroladamente, no contar con depredadores naturales y por supuesto no cumplir una función ecológica específica.
Las palomas han sido compañeras ancestrales de los humanos, se pierde en el tiempo el momento en que se hicieron nuestras compañeras de viaje, son por definición sinantrópicas se han adaptado a los centros urbanos, se habituaron a vivir con nosotros. No son lejanos los tiempos en que mayoritariamente vivían en los solares de las casonas. Inicialmente fueron domesticadas como animales comestibles y mascotas, con el tiempo se descubrió su capacidad de regresar a su hogar, situación que facilitó su adaptación para transportar mensajes, convirtiéndose en la manera más rápida de enviar mensajes a larga distancia conocida por la humanidad hasta la aparición del telégrafo.
Ha sido tan abnegado el servicio que las palomas le han prestado a la humanidad que nos han acompañado incluso en las páginas más violentas de nuestra historia, no lejos está el gran papel que jugaron en la segunda guerra mundial que mereció la creación de la medalla Dickin, merecida, entre otros, por el palomo Guillermo de Orange integrante del MI14 por salvar más de dos mil vidas en la batalla de Arnhem en 1944.
Junto con las abejas, las palomas son tal vez las únicas especies que merecieron artículo propio en las codificaciones del derecho civil, en nuestro medio basta revisar el artículo 697 del Código Civil para encontrar descrito el régimen de propiedad de las palomas; tal era la importancia económica y social que las sociedades le daban a esta maravillosa ave. Parece ser que olvidamos rápidamente a quienes nos han servido tanto como especie, pensamos en abandonarlas a su suerte en lugar de ocuparnos de ellas, no discutimos las implicaciones de salud pública que implica dejarlas sin control. Por fortuna en Bogotá se están tomando decisiones de política pública para facilitar su convivencia en la ciudad, así quedó definido en el nuevo plan de desarrollo aprobado por el Concejo Distrital bajo el liderazgo de la animalista Andrea Padilla.
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