Las democracias, y principalmente la estadounidense, siguen sufriendo las consecuencias de la manipulación en las redes sociales. Hace cuatro años, a pesar de que nadie lo vaticinaba, Donald Trump ganó la presidencia. Una de las explicaciones -aunque no la única- fue la interferencia de hackers rusos y la estrategia que utilizó su campaña en las plataformas digitales. Por eso, el mundo y especialmente los norteamericanos, llevan desde entonces tratando de encontrar solución a lo que está pasando en internet. Aunque el remedio puede resultar peor que la enfermedad.
Lo primero que debemos entender es que el fenómeno de la desinformación tiene la finalidad de generar caos en las democracias. El objetivo que hay detrás de las estrategias organizadas para instaurar narrativas que polaricen es, a la postre, resquebrajar el sistema político que triunfó en occidente. Y lo más asustador, es que parecen estar lográndolo.
¡Hay que regular las redes sociales! Es lo que ligeramente salen a decir aquellos que, de manera miope, no han entendido cuál es el verdadero problema. La semana pasada, después de que -durante años- múltiples voces les pidieran a las plataformas ser reguladoras de contenidos, Twitter y Facebook tomaron la iniciativa demostrando lo dañino y peligroso de esa estrategia. De la manera más arbitraria, las compañías de tecnología decidieron vetar o limitar en su red una historia compartida por el diario New York Post. Twitter suspendió la cuenta del periódico y Facebook limitó la visibilidad de la publicación.
El New York Post uno de los periódicos más antiguos de Estados Unidos, creado por uno de los padres fundadores -Alexander Hamilton- adquirido por Ruppert Murdoch en 1976 y considerado un periódico sensacionalista desde entonces, fue censurado por publicar una historia que fue calificada como no verificada. Esto por supuesto arroja múltiples interrogantes como: ¿En qué momento se decidió que estas grandes compañías serían guardianes de la verdad? ¿Quién debe definir qué puede publicar y compartir un periódico con más de 200 años de existencia? ¿No sería una dictadura de las grandes corporaciones que sean ellas las que definan qué se puede decir y qué no?
Es tan grave lo sucedido, que el propio Jack Dorsey -CEO de Twitter- aceptó su equivocación. Sin embargo, ese episodio muestra el riesgo que corre la democracia y uno de sus principales pilares: la libertad de expresión. Si aquellos que argumentan defenderla creen que la solución es acallar al contrario cuando este miente, han olvidado que exponer ideas, debatir y apelar a la argumentación cuando hay mentiras, es lo que erige el sistema político en el que hemos elegido vivir.
Por eso asusta que el cortoplacismo y la inmediatez no permitan ver que la solución al problema es la educación y no la censura. Controlar la información que circula en internet es solo posible en un sistema político autoritario. Dictaduras como China, Corea del Norte o Irán no tienen estos problemas porque desde el gobierno controlan los contenidos ¿Eso es lo que quieren quienes piden regulación? A pesar de lo demorada y compleja, la única alternativa para enfrentar este fenómeno y poder seguir viviendo en democracia es tener ciudadanos con pensamiento crítico a la hora de consumir información ¿Será que estamos dispuestos a esperar o preferimos censurar?