“Aún no es demasiado tarde para oírla”
El mundo se encuentra apestado.
No es sólo la expansión global de la pandemia, su veloz propagación, la forma en que el imperativo de atender a los enfermos críticos presiona hasta el límite de lo posible los sistemas de salud y demanda ingentes esfuerzos y cuantiosos recursos, mientras los gobiernos y la ciudadanía hacen verdaderas maromas para gestionar la crisis, contener el contagio y mitigar sus efectos.
No es sólo la pandemia y la “hibernación” de la economía que ha traído consigo, cuyo impacto ya se refleja en las estadísticas y las cuentas nacionales y en las preocupantes proyecciones sobre el porvenir del mercado laboral.
En efecto: el pasado 7 de abril, el Gobierno francés informó de una contracción del 6 % del PIB durante el primer trimestre del año -el mayor retroceso económico desde la II Guerra Mundial-; y mientras tanto, casi simultáneamente, la Organización Internacional del Trabajo presentó en Ginebra un reporte según el cual entre mayo y junio próximos podría destruirse cerca del 7 % del empleo en todo el mundo, eso, sin contar la perspectiva aún más sombría que ofrece la economía informal, tan extendida en Colombia y, en general, en toda América Latina.
No es sólo la pandemia y la evidente responsabilidad del régimen comunista chino -por negligencia y por ocultamiento de información- en su agravamiento y difusión inicial. Una responsabilidad que en su momento ayudó a encubrir, como idiota útil, la Organización Mundial de la Salud, encarnación viva de una institucionalidad internacional que hoy resulta más necesaria que nunca, a pesar de sus defectos y limitaciones.
No es sólo la pandemia y el confinamiento en el que se encuentra hoy un tercio de la población mundial -calles vacías, comercios cerrados, y los abandonados de siempre aún más abandonados-, a la espera del aplanamiento de la curva, del apresto necesario, de la vacuna imprescindible, de la nueva normalidad que nadie puede anticipar del todo.
El mundo se encuentra apestado.También por la forma en que muchos dan palos de ciego, a veces por la novedad del desafío, por la urgencia de responder sobre la marcha, por la ausencia de capacidades y recursos, en fin, porque nadie nunca habría podido estar suficientemente preparado para encarar semejante contingencia.
Otras, porque prevalidos de sus propias y soberbias intuiciones niegan o rechazan la evidencia, o aprovechan para pescar en río revuelto en beneficio de sus propias ambiciones. Y otras, en fin, porque a algunos les resulta más fácil profetizar y pontificar sobre los hechos ya acontecidos que ponerse solidariamente al servicio de una causa compartida.
También, porque en tiempos de gran conmoción se puede ser presa fácil de falsos dilemas; y suponer, por ejemplo, que se trata de elegir entre la vida y la salud o el futuro de la economía, como si la economía estuviera al margen de la vida. O como sin una economía medianamente funcional pudieran garantizarse el orden y la estabilidad sociales, mientras lentamente se recupera en algo la normalidad abruptamente interrumpida y se incorporan a ella las lecciones aprendidas durante la turbulencia.
También, porque taimadamente algunos maquillan sus faltas sus faltas y compran mejor reputación con el daño que han causado; mientras otros, irresponsablemente, intentan socavar las herramientas que, de haber operado debidamente, habrían amortiguado un golpe probablemente inevitable.
También, porque tras las virtudes terapéuticas del confinamiento, de las medidas excepcionales, de las restricciones preventivas, del seguimiento y la trazabilidad de los casos y los comportamientos, de la demanda de extraordinarios sacrificios, esperan agazapados y acechantes los mesías de la seguridad y la salubridad, los demagogos de la solidaridad forzada, para establecer nuevos y más onerosos controles, arbitrar y otorgar privilegios selectivos -primero con la excusa inmunológica, después con cualquier otra- e imponer mecanismos de intervención y vigilancia más y más sofisticados sobre el ejercicio de las libertades y la autonomía.
El mundo se encuentra apestado y esta es su perorata. Aún no es demasiado tarde para oírla.