“Piratería es raterismo del mar e intolerable”
En mi niñez cantábamos esta canción:
Soy pirata y navego en los mares
Donde todos respetan mi voz.
Soy feliz entre tantos pesares
Y no tengo más leyes que Dios.
¡Viva la mar!
José de Espronceda escribió en 1835:
Con diez cañones por banda,
Viento en popa, a toda vela,
No corta el mar, sino vuela
Un velero bergantín:
Bajel pirata que llaman,
Por su bravura, el Temido,
En todo mar conocido
Del uno al otro confín.
…
Que es mi barco mi tesoro,
Que es mi Dios la libertad,
Mi ley la fuerza del viento,
Mi única patria, la mar.
Barbarroja, Barbanegra y otros famosos piratas dieron pábulo a la imaginación de los novelistas, como Robert L. Stevenson (La isla del tesoro) y Salgari que todos leímos de chiquitos, y de los cineastas: Captain Blood o El Halcón de Mar de Errol Flynn y, más contemporáneos, los filmes en los que Johnny Depp interpreta Los Piratas del Caribe, que dan origen al título de esta columna.
La piratería es tan vieja como la navegación. Se cuentan historias de piratas del este (en los mares de la China, Filipinas y en el estrecho de Malaca donde aún persiste) y de los griegos y romanos en el Mediterráneo, desde tiempo inmemorial. Los vikingos alcanzaron a piratear en las costas españolas y llegaron hasta París. Franceses y españoles persiguieron a los piratas berberiscos hasta penetrar en tierra en las costas de África. Enrique VIII e Isabel I elevaron la piratería al rango de corsarios (recibían patente de corso, es decir, el derecho de actuar en nombre del rey dándole una participación en las utilidades del negocio, y enarbolaban la bandera inglesa en vez de la pirata -la Black Jack-, de color negro con una calavera con dos espadas en forma de X), y obtuvieron el grado de caballeros, John Hawkins, Francis Drake, Walter Raleigh entre otros, sin olvidar a Henry Morgan que recalaba con los piratas holandeses en San Andrés, donde se dice que dejó su tesoro.
Morgan, Hawking, Drake y el francés De Pointis fueron algunos de los piratas que atacaron a Cartagena de Indias, apetecida por cuanto pirata, corsario, filibustero o bucanero que navegó por aguas del Caribe. El libro de doña Soledad Acosta de Samper es un clásico en esta historia y el galeón San José, hundido por los ingleses, es un resumen de la misma. Ya en el siglo XIX, William Walker, filibustero norteamericano, llegó a la presidencia de Nicaragua. En el siglo XX no estuvo ausente la piratería (en sólo 1995 hubo 132 de tales ataques) y en el XXI se cuentan por cientos los casos. En el Cuerno de África los piratas somalíes han hecho de las suyas. En 2008 capturaron en el Océano Indico el Sirius Star un tanquero con dos millones de barriles. Los Estado Unidos formaron en 2009 una fuerza marítima multinacional , la CTF 151, en la que 20 países desplegaron fuerzas para vigilar los mares de la zona (Golfo de Adén, mar Rojo, Océano Índico y mar Arábigo).
El Washington Post publicó hace unos días un dramático reportaje sobre la piratería en el Caribe, con especial énfasis en el área de Trinidad y Tobago. Se trata de piratería barata, raterismo del mar, asaltos a yates privados y pequeños barcos turísticos. En el Caribe colombiano sucede algo similar, aunque aparentemente en menor escala. Si sucede en alta mar, la armada tiene derecho de persecución, por ser clásicos actos de piratería. Y si en aguas colombianas debe aplicarse el Código Penal. Pero la piratería es intolerable.