Se desgajan los odios como Uvas de la Ira de tierra caliente; los acontecimientos están desbocados; Amos Oz me llama desde la biblioteca; él, que es uno de los autores más reputados de la narrativa israelí, me dice desde las páginas de Queridos fanáticos: “(…) en el mundo, a veces, las cosas tienen dos caras y hay conflictos que no se pueden pintar en blanco y negro”.
Plano y contraplano. Mi fe católica es judeocristiana; mi casa de infancia, que ahora veo desde mi balcón, fue construida por un gran ingeniero judío, Ezequiel Pinski, en Haifa, un puerto al norte de Israel, cuando todavía esa nación no se había configurado como Estado y antes de que decidiera que levantar puentes era más rentable que construir casas en Santa Mónica, el barrio caleño preferido por los judíos y donde conocí a mi primer amor, Josef G., el niño judío de la ventana.
Plano y contraplano. La voracidad lectora hizo que un día de 1980 me topara en la desaparecida Librería Continental de Medellín con el poeta que más he amado en mi vida toda: Mahmud Darwish, nacido en la aldea galilea de Birwa, cuyos versos me han permitido conocer a su natal Palestina y me han aproximado desde lo humano a un conflicto que desde la historiografía racional no se comprende. “Quiero un corazón bueno, no carne de fusiles; quiero un día soleado, no el fulgor de una victoria”.
Plano y contraplano. Me interesa la vida. Parí dos vidas. ¿Cuánto vale una vida? se tituló esa gran película con ese guion de Max Borenstein que narra el dilema ético de un abogado renombrado de Washington, a quien le encomiendan la tarea de indemnizar a las víctimas del atentado de las Torres Gemelas del 11 de septiembre. Más allá de lo legal, lo justo; y más allá de lo justo, lo correcto. Sin fanatismos.
Plano y contraplano. “Matar a un hombre por defender una idea no es defender una idea, es matar a un hombre”, afirmó Juan Goytisolo en Notre musique (2004), un clásico del cine de Jean-Luc Godard en la que hay una reflexión muy intensa sobre la seguidilla de guerras del siglo XX, cuando empezó la que hoy ocupa a Israel y Palestina, sobre la cual Godard explica: “En 1948 los judíos se lanzaron al mar hacia la tierra prometida y los palestinos lo hicieron para morir ahogados”. Empezaron los fanatismos.
Plano y contraplano. Jesús era palestino. Nació en Belén. una ciudad ubicada en el centro de Cisjordania, situada a unos nueve kilómetros al sur de Jerusalén y enclavada en los montes de Judea. Sin fanatismo.
Plano y contraplano. La confianza en el mundo, destruida por el terror, no se recupera. La violencia destroza la vida. Los sueños de los sobrevivientes son los pecados de los que caen. “(…) la patria es que yo beba el café de mi madre y que regrese sano y salvo por las noches”, canta Darwish.
Plano y contraplano. El fanatismo nos va a matar. Aquí y allá. “Este afán tan común a cambiar a un ser querido por su propio bien”. Imaginar al otro, reconocer la península que hay en cada uno de nosotros, puede constituir al menos una defensa parcial contra el gen fanático que llevamos dentro.